sábado, 2 de abril de 2016

Mosquiteras, cadenas, Amelia Valcárcel, prostitución


Miro las mosquiteras que he hecho yo misma y me acuerdo de Amelia Valcárcel. No es algo extraño, porque pienso a menudo en cosas que ella ha dicho o escrito. Dice que somos el resultado de lo que otros soñaron para su futuro. Somos el sueño de la Ilustración, repite siempre. Seguramente tenga razón.

Miro las mosquiteras, humildes e imperfectas, pero hechas por mi mano, y pienso que para que llegaran a existir yo las tuve que imaginar primero. Tuve que necesitarlas e idear cómo colocarlas, calcular distancias y hacerme con los elementos apropiados y tuve que dedicarle cierto tiempo a juntar las piezas, no sin cierta sorpresa en ocasiones, porque hace años que no hago manualidades y se me había olvidado que entre la idea que tienes en la cabeza y el resultado final media un abismo de patosería infantil.

La relación entre la idea que tuve de ellas y el objeto que ahora permite que a mis gatas les dé el fresco en la cara sin riesgo de que se despeñen por la ventana es un poco mágica. Antes no había nada en la ventana abierta y ahora sí, porque yo lo he puesto ahí. Simple y fascinante.

Dice también Amelia que la cadena es tan fuerte como lo sea el eslabón más débil. Pienso también en esa idea a menudo porque es la que alumbra el feminismo que me guía en estos tiempos de postcosas y postideas y guerras de identidades. Mientras haya una sola mujer en el mundo, dice Amelia, humillada por el simple hecho de serlo, las que estamos "mejor" no estamos "tan mejor".  Conseguimos poco a poco y tras presentar batalla pequeñas parcelas de autonomía y poder, pero haberlas conseguido no quiere decir que no se vean constantemente amenazadas por discursos y políticas reactivos. No podemos quedarnos dormidas en debates sobre identidades o sesudas conceptualizaciones. En este sentido, cuanto más leo y me documento sobre la prostitución y la trata de personas, más cuenta me doy de que el eslabón débil por el que se rompe la cadena es más grande de lo que parece. Pero los eslabones débiles no se caracterizan por tener un amplio acceso a las plataformas de comunicación de masas, por lo que su experiencia y la injusticia que padecen se ven oscurecidas por otras voces que sí disponen de este acceso e influencias.

Hay muchos debates socialmente urgentes que no se están produciendo de un modo serio. El feminismo liberal tienen que abandonar los eslóganes y ese afán tan rabioso de querer agradar al club de los chicos si quiere que el debate interno feminista en torno a la prostitución llegue a algún lado. "Yo también soy puta" o "La prostitución es un trabajo como otro cualquiera" son falacias vacías de significado. No, una profesora de universidad no necesita acostarse con veinte hombres cada noche, aunque le produzcan dolor o repulsión, para poder sobrevivir. No, la prostitución no es un trabajo y no es una actividad como otra cualquiera. Las mujeres prostituidas no venden "servicios sexuales", sino que se disocian de su cuerpo y lo abandonan durante el tiempo en el que un tipo toma control de él a cambio de una cantidad variable de dinero.

Puede que haya una minoría de poquísimas mujeres muy empoderadas que decide acostarse con hombres por dinero, pero a poco que una se interese de verdad por el tema se dará de bruces con una realidad oscura, pringosa, violenta. 

Los cuerpos humanos no se pueden comprar ni vender. 
Cuando se abolió la esclavitud en EEUU muchos esclavos lloraron porque querían volver a las plantaciones y seguir trabajando para sus amos. 

Que una persona esté tan destrozada psicológicamente que pierda contacto con su salud mental y física no quiere decir que "tenga derecho" a que abusen de ella. Es indignante cómo en los debates sobre la prostitución  se elimina siempre la figura del putero y todo el mundo se centra en la de la prostituta, como si el gigantesco tráfico de personas que se produce en el mundo no tuviera que ver con una demanda salvaje, que exige cuerpos cada vez más jóvenes para su consumo. Se sigue considerando al putero un ser solitario y con problemas para relacionarse con las mujeres, cuando la mayoría de ellos son hombres jóvenes o de mediana edad con trabajo, familia y medios económicos que les permiten alquilar personas como quien alquila una lancha acuática.

No se habla sobre los foros que abundan por internet donde los puteros puntúan a las prostitutas que utilizan. No se analiza el lenguaje que utilizan, el odio y el desprecio que destilan.

La prostitución no es una actividad neutra, como cocinar pasta o tender la ropa o leer un libro. Todos estos hombres que engañan a sus novias o a sus mujeres con prostitutas podrían engañarlas también con mujeres no prostituidas si acudieran a un local nocturno, por ejemplo, y se ligaran a alguna que les pareciera guapa o interesante. Pero no es sexo lo que los varones compran, ni alivio sexual. Es mucho más barato masturbarse, cualquiera puede argumentar. Lo que compran es derecho sobre el cuerpo escogido. Compran acceso al cuerpo de una persona que en realidad ellos mismos saben que no desea estar ahí. Y eso es lo que les excita.


¿Por qué no vemos  a mujeres buscando a hombres vulnerables, desnutridos y malvestidos por las cunetas de las carreteras? ¿Por qué no se excitan sexualmente al ver a alguien dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de llevarse veinte euros a casa y poder quizá dar de cenar a su hijo? 

Yo propongo a quienes están a favor de la legalización de todos los aspectos de la prostitución (el modelo que a mí me gusta y querría para España es el modelo nórdico, aunque sé que estamos a años luz de conseguirlo) que consideren entonces la posibilidad de legalizar la compra y venta de sangre y órganos. ¿Por qué no? Si una persona decide voluntariamente quitarse un riñón porque necesita el dinero o que le quiten litros y litros de sangre para poder pagar la hipoteca y alguien está dispuesto a pagar por ello, ¿quienes somos para frenar esa libre actividad? ¿Por qué la cargamos de razonamientos morales?

Lo más extraño de todo es que quienes defienden estas ideas tan claramente capitalistas neoliberales en torno a la prostitución suelen considerarse de izquierdas y progresistas. Quizá lo sean en otros aspectos de su vida, pero en lo que respecta al derecho de los varones a acceder al cuerpo de las mujeres, Alas! Se suspende toda crítica al neoliberalismo.

Hay muchos argumentos más con los que desmontar la idea de que la prostitución es "un trabajo como otro cualquiera", pero yo voy a concluir con otro que escuché hace poco en una conferencia y que me gustó mucho por su exactitud. 

Si la prostitución es un trabajo como otro cualquiera y no supone ningún riesgo ni desventaja para quien lo practica, ¿por qué no se ofrece a mujeres jóvenes y en paro la posibilidad de ejercer esta supuesta profesión? Los capitalistas feroces se estarán frotando las manos. ¡Cuántas mensualidades de paro se ahorraría la seguridad social si se negara a pagar a las que rechacen estos "puestos de trabajo"! "¿No dices que quieres trabajar y que por eso estás en paro? Te estamos ofreciendo esta oportunidad laboral y tú dices que no quieres aceptarla. ¡Pues se acabó eso de cobrar el paro y vivir a costa del Estado!"

Es una idea brillante.

Por todo esto urge revisar el estado de los eslabones y no permitir que nos rompan la cadena por ninguno de ellos, por distante o lejano que parezca estar.