lunes, 25 de noviembre de 2013

La fórmula del tiempo


Mirar un río, apunté velozmente en el reverso de un ticket, es contemplar la fórmula del tiempo.

Por la mañana temprano, la luz del sol cae oblicuamente sobre la ribera del Tajo. Es un fogonazo brillante de otoño que alumbra más que calienta. A esa hora, la escarcha del camino cruje bajo los pies y hay que tener cuidado para no resbalar con las piedras del sendero que baja serpenteando hasta la orilla misma.  

Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón. (...)

                                                                                         Antonio Colinas


lunes, 18 de noviembre de 2013

Don de la ebriedad


Estaba en Atenas por aquellos días. Regresé un día a casa y frente a la puerta de mi habitación/apartamento me encontré con el correo: un par de cartas y un paquete envuelto en papel de estraza marrón, como esos paquetes antiguos de la época de la posguerra. 

Dentro había un libro inolvidable de Enrique Vila-Matas, El mal de Montano, y una pequeña nota en la que distinguí la letra minúscula del Coronel sobre un papel cuadriculado de cuaderno escolar. Su letra es como su persona: nada estridente, leve sobre el papel pero cálida. Es una letra en la que se puede confiar. No había un Querida Lola, ni un Espero que te guste. Había unos versos de Claudio Rodríguez que me acompañaron silenciosamente durante años en la cartera.

Los daba por perdidos. Por robados, más bien, pero parece ser que los rescaté antes de que me afanaran la mochila el año pasado, pues han aparecido en una caja en la que guardo bolígrafos, lapiceros, gomas de borrar. Sorpresa y alegría se han fundido en una nueva palabra (¡sorpresía!) y ahora la hojita de papel me acompaña de nuevo. La tinta se ve un poco desvaída, pero los versos siguen intactos, más cargados si cabe de afecto y significado. 


La encina, que conserva más un rayo
de sol que todo un mes de primavera,
no siente lo espontáneo de su sombra,
la sencillez del crecimiento; apenas
si conoce el terreno en que ha brotado.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Conversaciones con Olga (II)


Hace unos días Olga me dijo algo así como:

¿Qué puedes hacer cuando tienes una bala muy cerca del corazón? Te aterra moverte y que pueda matarte en un instante. En todo caso, está ahí. ¿Qué haces con ella?

No estoy citando. No lo recuerdo exactamente. Pero esa era la idea.

Me pareció una imagen muy hermosa y todavía ahora me sobrecoge, y todavía ahora pienso en ello. No tuve respuesta para semejante pregunta. Es una pregunta inmensa, mucho más grande que yo, y no sé si alguien puede encontrar una solución al problema.

Sólo se me ocurre pensar que, efectivamente, quien más, quien menos, todos tenemos alguna bala junto al corazón que amenaza nuestra vida o nuestra cordura. Saber que está ahí es bueno, en mi opinión, porque fingir que no pasa nada es uno de los males de nuestro tiempo: el postureo emocional seguramente deja más víctimas a su paso que las balas directas al corazón.

La bala va contigo, molesta a veces, en otras ocasiones te recuerda que estuviste allí, que sucedió realmente; la bala eres tú doliéndote por dentro pero también es lo que has aprendido del dolor. Y siempre se aprende algo. 

jueves, 14 de noviembre de 2013

La hora de la cena


Salgo de la piscina y es la hora de la cena. Hay luz tras las ventanas de las casas, imagino a sus habitantes sentados a la mesa; me cruzo con gatos furtivos que me miran un segundo y luego desaparecen velozmente. Ellos también piensan en la cena. 

Me gusta ese paseo de vuelta a casa que yo alargo a propósito. Me gusta el aire fresco y transparente de la noche de otoño; atisbo estrellas ahí arriba, en parches de cielo que puedo distinguir porque no hay demasiadas farolas por mi barrio.

Vengo de nadar, de acompasar la respiración a mi propio ritmo y cada vez tengo más la impresión de que hay algo sagrado en ello: bajo el agua el tiempo se disuelve y mi cuerpo no tiene peso, es apenas material, y el oxígeno que tomo cada tres brazadas es el más preciado del día, el más precioso para mi superviviencia.

Esta mañana he estado corriendo entre los árboles, pisando hojas secas y deslumbrándome a ratos con la luz potentísima del sol entre las ramas. Se me ocurre que correr es la luz y nadar es la sombra. Cómo he vivido todos estos años sin esto, me pregunto, sin este sense of purpose tan dulce y tan espontáneo. Tal vez estaba escondido en algún lugar y yo no lo sabía, o me daba miedo llegar a él, pero qué alegría estar aquí, ahora, dentro de mí, para disfrutarlo.

Huele a leña según me acerco a casa. Huele a navidad de otro tiempo y recuerdo esas palabras de Whitman que subrayé el otro día, que anoté en mi agenda para poder releerlas cuando quiera:


That wonderous second wind, the Indian summer, attains its amplitude and heavenly perfection, - the temperatures; the sunny haze; the mellow, rich delicate, almost flavoured air: Enough to live - enough to merely be.

                                                                             W. Whitman, Diary in Canada (1880)   


domingo, 10 de noviembre de 2013

Cartas de navegación


Sólo puedo hablar por mí, claro, pero en mi caso la clave ha sido simplificar. Y eso, contando con el miedo que da preguntarse qué es lo esencial. Sobre todo porque siempre existe la posibilidad de cometer un error y pasarse o no llegar. Pero a pesar del miedo, merece la pena. 

Los errores están infravalorados y la alegría también: es curioso que tengan eso en común. 

Hasta aquí, bastante bien. Y ahora, Casiopea.

Casiopea, Silvio Rodríguez


Constelación de Casiopea