lunes, 28 de abril de 2014

Conversaciones ajenas


Voy en el tren temprano, camino de la librería. Es domingo y el vagón está lleno de familias y grupos de amigos que van camino de algún lugar divertido donde pasar el día. A mi lado se sienta una pareja con su hija pequeña, de unos seis años más o menos. La niña está sentada a mi lado y sus padres frente a ella y a mí. 

He visto con el rabillo del ojo que mueve con pereza los pies que le cuelgan del asiento, delante y atrás, delante y atrás, como un columpio que se mueve por inercia. El reflejo del cristal me da la imagen de una niña tranquila y pensativa.

Pasamos por un puente bajo el que se ve una carretera con poco tráfico en ese momento. La madre comenta distraída, en voz alta:

- Mira, por ahí se va a Faunia.

La niña ni siquiera levanta la cabeza. Parece mucho más sensata que cualquiera de los adultos que allí nos encontramos.

- Mamá, Faunia no existe.


viernes, 25 de abril de 2014

Conversaciones con Ana


Soy más bien visual, sabes que por mi trabajo lo mío son las imágenes, sobre todo en movimiento. Pero últimamente estoy escuchando más música y es increíble... ¿Te has dado cuenta alguna vez de que la música magnifica lo que estás haciendo mientras la escuchas?

Sonríe un momento y me mira con los ojos brillantes. Yo apunto sus palabras en mi libreta de gatos granadina. Concluye:

La música magnifica los actos de la vida cotidiana. ¡Me encanta!


miércoles, 16 de abril de 2014

Belleza y misoginia


Me encuentro en estos días sumergida en la lectura de Beauty and Misogyny (2005), de Sheila Jeffreys. Es tremendamente clarificador y enlaza sin contradicción alguna con algunas ideas que he recogido de manos de Amelia Valcárcel, Rosa Cobo o Adrienne Rich, por ejemplo, al respecto del proceso de feminización de las mujeres.

A Simone de Beauvoir le debemos su más célebre formulación: No se nace mujer, se llega a serlo. A partir de la comprensión de este principio es posible entender cómo opera el mecanismo de feminización, y cómo afecta a la vida individual y colectiva de las niñas que se encuentran en proceso de convertirse en mujeres.

Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención acerca de lo que significa ser una chica-chica, esto es, dulce y femenina, es el premio tan magro que conlleva. Adoptar una postura que ocupe poco espacio físico, hablar en un tono de voz suave y no llevar la contraria, o no demasiado, a los varones, tiene premio, sí: la aceptación masculina y, con un poco de suerte, su protección. ¿De qué protege un varón adecuadamente masculino a una mujer adecuadamente femenina? La respuesta es reveladora: de otros varones. 

Ser femenina significa lo arriba mencionado y algo más: una persona llega a ser mujer si adopta la máscara de la feminidad. Un ser humano no se convierte completamente en mujer si no se maquilla o peina de un modo determinado; sus uñas necesitan color y su ropa, un adecuado tratamiento. Las prendas cómodas y funcionales nunca, nunca, nunca son femeninas. Incluso para hacer deporte una se ve obligada a elegir entre lo menos ridículo que el mercado ofrece. La heterosexualidad obligatoria es también una prerrogativa esencial de las auténticas mujeres, que no ponen en cuestión el orden social y familiar establecido.

Existe una idea un tanto vaga que sirve para justificar la imposición de la feminidad sobre las niñas desde su más tierna infancia: es lo natural para ellas, ellas mismas lo buscan y les encanta, por tanto lo raro es que no tiendan a ello. 

Habría que definir en primer lugar qué significa el concepto de natural (¿es natural asfixiarse en laca, por ejemplo?) Si ser femenina es algo que surge de manera automática y espontánea, ¿por qué hay tantas presiones sobre las más jóvenes para que no sean "marimachos"? ¿Por qué es horrible que haya marimachos? ¿En qué afecta al funcionamiento de la sociedad? La respuesta es sencilla: podría ser peligroso que la clase dominada entrase a ocupar la categoría de persona, sencillamente, y no de mujer. Los varones ocupan la categoría de ser humano (que no necesita maquillarse ni arreglarse en exceso para resultar atractivo) y son las mujeres quienes representan al otro, a quien es física y ontológicamente distinto y por tanto debe diferenciarse también mediante el uso de la máscara. Esto podría resultar peligroso para quienes ostentan en exclusiva la categoría de ser humano y no desean compartir sus privilegios. 

En Beauty and Misogyny, Jeffreys, citando a Dee Graham, hace una brillante comparación entre el conocido como Síndrome de Estocolmo y la mayoritaria aceptación por parte de las mujeres de su situación subordinada. 

La feminidad es el plan de acción que sirve para llevarse bien con el enemigo mediante el intento de ganárselo. (...) El término "feminidad" se refiere a ciertos rasgos de personalidad que se asocian a quienes viven subordinados y a quienes han adoptado comportamientos destinados a agradar a los dominantes. (...)

De este modo, 

Esos comportamientos que la cultura masculina clasifica como "femeninos", son los que cualquiera esperaría de un grupo oprimido. (...)

Sin duda, al menos hasta donde sé, nadie pone una pistola en la cabeza a otra persona para que se maquille o se pinte las uñas, pero es innegable que a las mujeres nos educan para que la opinión masculina sobre nuestro cuerpo pese más que nuestras ganas de vivir tranquilamente, sin preocuparnos de esos ritos que tanto tiempo quitan y que tan poca utilidad real tienen. ¿Hasta qué punto se elige realmente lo que se elige? Me parece encantador que la elección libre de muchas mujeres casualmente coincida con el criterio masculino de lo que es hermoso y femenino y deseable (o aceptable). 

Rousseau sabía lo que se decía cuando afirmaba que las mujeres dependen de la opinión que los varones se hacen de ellas y que sin esa opinión no son nada. Él mismo escribió  muchas célebres diatribas contra la consecución de los derechos políticos y educativos por parte de las mujeres. La misoginia romántica no tuvo ningún problema en tomar pie en sus respetadísimas opiniones y... Así seguimos hasta hoy. Con algunas pequeñas diferencias de forma, pero con el mismo fondo espeso, casi intacto, que el imaginario colectivo reserva al nutrido archivo de prejuicios sobre las mujeres y lo que significa llegar a convertirse en una de ellas.


jueves, 10 de abril de 2014

Olympe de Gouges, 1791


Olympe de Gouges se sintió al principio esperanzada ante las posibilidades de liberación e igualdad que la Revolución Francesa prometía, pero pronto se dio cuenta de que el régimen de terror que conllevaba la puesta en práctica de los presupuestos más radicales no le convencía en absoluto. Se vinculó al grupo federalista moderado de los girondinos y en teoría esta fue la causa por la que fue guillotinada en noviembre de 1793.

Digo en teoría porque de Gouges fue una personalidad molesta que incomodó al régimen no sólo por su oposición a la política del terror, sino también por sus aportaciones a la causa en favor de los derechos de las mujeres. 

En 1791 escribió La declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, documento que rebosa entusiasmo y deseo de hacer justicia a todas las mujeres que, en virtud de su sexo, quedaban excluidas de los derechos que la condición de ciudadano aseguraba a sus poseedores.

Me gusta el tono épico con el que da comienzo al documento:

Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta; por lo menos no le privarás de ese derecho. Dime, ¿qué te da imperio para oprimir a mi sexo? (...)

El artículo décimo de la declaración es tan rotundo como poético, y parece encerrar en su reivindicación la clave misma de su propia suerte. 

(...) La mujer tiene el derecho a subir al cadalso; debe tener igualmente el de subir a la Tribuna (...)

Olympe de Gouges es otro referente del feminismo clásico que se nos roba de continuo, generación tras generación, erosionada su figura por el paso del tiempo y el olvido intencionado de quienes escriben y reescriben la historia según un criterio muy particular que determina, unilateralmente, qué hechos son importantes históricamente y quiénes fueron sus actores. 


lunes, 7 de abril de 2014

Apuntes de librería (VI) / Conversaciones con Olga (IV)


A las libreras nos preguntan cosas muy extrañas. 


- Me dice un cliente: ¿Tienes libros de economía pseudocientíficos?


viernes, 4 de abril de 2014

Conversaciones con el Coronel


Nos encontrábamos en el andén del metro, esperando a que llegara el tren. Se produjo uno de esos breves silencios sin destinatario ni angustia que se da a veces entre quienes se conocen desde hace muchos años. 

Señaló a mi derecha con la barbilla. Lo que vi fueron las escaleras mecánicas por las que bajaban, perezosos porque era la hora de la siesta, algunos viajeros que se iban uniendo a nosotros en la espera del siguiente tren. Esperaban pacientemente durante el descenso apoyados en la cinta negra de goma que, todo el mundo sabe, a veces mancha un poco las manos.

- Míralos cómo bajan, parece que estamos en una fábrica de personas. Éstos que bajan están recién terminados, ¿ves? Los trae la cinta transportadora.