lunes, 28 de julio de 2014

Conversaciones ajenas (II)


Se hace un breve silencio mientras bebemos sincronizadamente y escuchamos, muy cerca, justo detrás de nosotras, a un hombre joven que canturrea feliz: 


Vete a dormir, ya no pintas nada aquí,
vete a dormir, vete a dormir,
que tus padres quieren viviiiiiiiiiir.


Ella no se gira porque sería muy descarado pero yo sí lo hago. El hombre sostiene al bebé en brazos y le canta la nana más pasivo agresiva que he oído nunca. Le sonríe dulcemente, lo cual seguramente incremente el impacto del trauma en la criatura, y nosotras comentamos que, claro, no hay quien camine por la faz de la Tierra sin una dosis de plancha parental: es el material con el que se elaboran las cervezas compartidas de la madurez.



miércoles, 23 de julio de 2014

Las fugaces visiones de la alegría



 Nikos Eggonópoulos (Atenas, 1907-1985) era un tipo muy guay.




Το καράβι του δάσους
ξέρω ότι

αν είχα
μια φορεσιά
- ένα φράκο -
χρώματος πράσινο ανοιχτό
με μεγάλα κόκκινα σκοτεινά λουλούδια
αν στη θέση τής
αόρατης
αιολικής άρπας που μου χρησιμεύει
για κεφάλι
είχα μια τετράγωνη πλάκα
πράσινο σαπούνι

έτσι που ν' ακουμπά

απαλά
η μια της άκρη
ανάμεσα στους δυο μου ώμους

αν ήτανε δυνατό

ν' αντικαταστήσω
τα ιερά σάβανα
της φωνής μου
με την αγάπη
που έχει
μια μεταφυσική μουσική κόρη
για τις μαύρες ομπρέλλες της βροχής

ίσως τότες

μόνο τότες
θα μπορούσα να πω
τα φευγαλέα οράματα
της χαράς
που είδα κάποτες
- σαν ήμουνα παιδί -
κοιτάζοντας ευλαβικά
μέσα στα στρογγυλά
μάτια
των πουλιών

(Μην ομιλείτε εις τον οδηγόν, 1938)
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El barco del bosque

Sé que
si tuviera
un disfraz
-un frac-
de color verde brillante
con grandes flores de un rojo oscuro
si en lugar de la 
invisible
eólica arpa que uso
como cabeza
tuviera una pastilla cuadrada
de jabón verde


que se acomodara así

suavemente
de un lado y de otro
entre mis hombros


si me fuera posible

reemplazar
la sábana santa de mi voz
por el amor 
que siente 
una muchacha metafísica y musical
por los paraguas negros de la lluvia


quizá entonces

y sólo entonces
podría yo describir
las fugaces visiones
de la alegría
que contemplé en alguna ocasión
-cuando era niño-
sumiéndome con reverencia
en los esféricos
ojos
de los pájaros


(De la colección de poemas No hablen con el conductor, 1938)

martes, 15 de julio de 2014

No es ficción


Hace mucho que no me termino una novela. Cuando digo mucho digo, aproximadamente, desde octubre del año pasado, lo cual me parece bastante tiempo. Lo he intentado en estos meses, pero no lo consigo, no hay manera. Empiezo a leer con la mejor disposición del mundo pero llega invariablemente el momento en que me fatiga tal o cual estereotipo, o encuentro insoportable a uno o varios personajes que a veces incluso se corresponden con el propio protagonista de la historia. 

Habrá quien diga que la ficción es ficción y el machismo recalcitrante que acaba por aflorar antes o después en el argumento no es más que una invención de quien ha escrito la novela, pero sucede que no es ficción. Ojalá lo fuera. Pero no lo es, viene a ser lo que veo y oigo día a día y lo que combato de la mejor manera que puedo, sólo que romantizado y editado para mi uso y disfrute en forma de libro impreso.

Me sucede a menudo lo mismo con el cine. Hay series de televisión que me gustan y las sigo a pesar de que soy agudamente consciente de cada ejemplo de sexismo en que caen, porque trato de centrarme en partes del guión y del argumento que me parecen más interesantes. Imagino que es una técnica de supervivencia porque sospecho que, si no disociara un poco de vez en cuando, viviría completamente aislada del mundo que me rodea. No se libra ningún producto cultural de los que me atrevo a examinar. Cómo no voy a acabar francamente harta.

Creo que el sexismo es el agua en que nadan los peces. Nadie parece verlo, excepto en los casos en que el publicista o guionista de turno se pasa de listo y dice algo que excede los estándares aceptados de machismo per capita. Entonces se hace un poco de ruido, se piden vagas excusas y a otra cosa.

Yo antes no era así. A pesar de tener cierta conciencia feminista desde la infancia, era bastante más funcional en lo que se refiere al mundo audiovisual y literario. Devoraba historias, ficciones. Ahora devoro ensayos que ponen el dedo en la llaga. Y me doy cuenta de que no hay vuelta atrás. Una vez que una acepta ver lo que tiene delante, es muy difícil y oneroso volver al punto en que se estaba antes y aceptar lo que nos viene dado de manera acrítica.

Ángeles Jiménez Perona dijo algo en una de sus clases que se me viene a la cabeza a menudo; que el feminismo, desde sus inicios ilustrados, se ha ocupado fundamentalmente de hacer visible un tipo de injusticia que a lo largo de siglos y milenios se ha mantenido invisible bajo el manto de la tradición, la costumbre, lo que "siempre se ha hecho/dicho/visto así". El feminismo, cartesiano en sus primeras formulaciones, exige que se argumente mediante ideas claras y distintas, porque el recurso a la tradición nunca ha estado de parte de los oprimidos: se trata de arrojar luz ahí donde colectivamente se elige no mirar y se trata de crear conciencia en el grupo sometido, porque a veces no basta con presenciar una escena para comprender del todo sus implicaciones o el contexto que la rodea. No consiste en ser paternalista, como a menudo se intenta hacer creer, sino en llamar a las cosas por su nombre y no justificar lo injustificable.

La otra noche dormí en casa de una amiga y pensé en todo esto que he escrito ahora porque al encender la televisión escuché durante unos minutos un monólogo en teoría divertido. El problema no es mi sentido del humor, que está en perfecta forma, muchas gracias, el problema está en que no es ganas de reír precisamente lo que siento cuando escucho la misma eterna sarta de estereotipos absurdos y dañinos (sí, muy dañinos) sobre las mujeres. No me río porque ese monólogo no es ficción, es también lo que vivo a diario y es la realidad contra la que me rebelo sin tregua ni vacaciones. 

lunes, 7 de julio de 2014

Conversaciones con Vero (II)


Soñó que yo preparaba una sopa de marisco con medusas. También hice una salsa especial para el pollo que tenía la capacidad mágica de destapar infidelidades. 

La recuerdo mirando por la ventana durante las clases de latín de bachillerato. Amparo le hacía entonces alguna pregunta y ella siempre acababa haciéndonos reír con su despiste congénito. Conozco bien esa mirada de cuando la hemos perdido para el mundo y entonces me toca hacer que baje a la tierra un rato más: 

- Vero, ¿me estás escuchando?

Y ella dice que sí. Y a veces efectivamente me estaba escuchando.

Yo soñé una vez que ella estaba dentro de un tractor en mitad de un campo de cultivo. Le quedaba poco tiempo de vida. Su familia la había abandonado, me decía, y yo apenas podía controlar mi angustia. Quería sacarla de allí y llevarla a un hospital, pero estaba tan resignada y tan feliz, en aquel viejo tractor oxidado, que también yo me resigné y la dejé a su suerte.

Somos un largo viaje a Ítaca la una para la otra; nos encontramos en perpetua ruta circular que siempre nos acaban devolviendo al puerto feliz de la adolescencia, guardacantón de nuestra amistad estupefaciente.