domingo, 8 de enero de 2017

¿Es un problema de género? No, el género es el problema


Las cifras hablan. Las mujeres asesinadas no. 

Los varones también hablan sobre las mujeres asesinadas, se les pregunte o no. Nos explican incansables que no todos los hombres asesinan, no todos violan, no todos emplean expresiones sexistas, no todos consideran a las mujeres como meros receptáculos de semen o piezas de carne que pueden alquilarse y consumirse por un módico precio. Nos recuerdan así la suerte que tenemos de no ser una de las asesinadas, supongo. Se enfadan si este hecho no nos consuela y nos empeñamos en investigar las raíces de semejante brutalidad sistemática. 

Es importante entonces aplacar la ira masculina latente; asegurarles a ellos de manera individual que sabemos que ellos son diferentes, son unos "no asesinos" y les respetamos y no pretendemos enfadarles con nuestras molestas generalizaciones. Da igual que los asesinos de mujeres sean por goleada varones: decirlo en voz alta es cansino, no suena bien. Parece que implicase algo, no queda muy claro qué, pero no es divertido ni sexy ni empoderador. Así que mejor no andarse con tonterías y dejar el tema. La expresión "lacra social" para hablar de las cifras de asesinadas es una muletilla que en realidad no dice nada pero parece que sí; esa sí se puede usar, pero inmediatamente después se da paso a los deportes (donde se adora a señores muy adinerados de los que medio país está muy pendiente) y aquí no ha pasado nada.

Porque no importa cuántas mujeres sean asesinadas o violadas al mes, al año, a la semana; si se apunta al hecho de que se trata de un fenómeno constante y que hunde sus raíces en un sistema de dominación que subordina a las mujeres como clase, habrá siempre una respuesta unánime: somos unas histéricas/ exageradas, unas radicales (¡yey!) nos fijamos solo en esos datos funestos y no en la cantidad de mujeres que no son asesinadas cada día en nuestro país. Además, de vez en cuando una señora que lleva años siendo maltratada por su marido o ex pareja se defiende y mata al pobre agresor, y acaso eso no es algo intolerable e incomprensible. ¿Cómo se atreve una mujer a devolver un golpe? Nunca hemos tenido las mujeres derecho a la legítima defensa porque eso significaría tener un derecho sobre nuestros cuerpos y nuestra propia persona. 

La llaman violencia de género y se equivocan. Esa expresión oculta adecuadamente quién es el verdugo y quién es la víctima. Pasa de puntillas por el hecho de que son ellos los que apalizan, violan y matan y son ellas las que reciben la violencia. También oculta a las víctimas menores de edad que también sufren esa violencia. Decir violencia de género a lo que es violencia masculina es una manera hábil de fingir que se nombra lo que no se nombra. Y conceptualizar, nos dice Ana de Miguel citando a Celia Amorós, es politizar. Así que conceptualizar bien es politizar bien. Es nuestro deber no dejarnos enredar por expresiones vacías que buscan despistar y no nombrar el problema.

¿Es un problema de género? No, el género es el problema. El género es un constructo socialmente elaborado que sitúa, de manera jerárquica, a los varones en una posición de superioridad respecto de las mujeres. Soy consciente del debate en torno a las teorías de identidad de género que existen en la actualidad, y en ese sentido tengo muy clara mi posición: el género no es una línea horizontal que describe una expresión neutra y despolitizada de gustos, apariencia física y aficiones. No se trata de  un continuum que expresa un binarismo masculino-femenino con una gradación de cientos de géneros por el camino que cada cual escoge a su antojo y que no tiene ninguna implicación política ni material en la vida de las personas; más bien el género es una línea vertical que posiciona a hombres y a mujeres en lugares donde reciben un trato muy diferente. 

El sexo es una cualidad biológica que no debería tener ninguna implicación en el trato que se da a los seres humanos, como no debería tenerla tampoco el tono de la piel ni el hecho de que una persona sea zurda o diestra. El problema es que durante milenios se ha teorizado sobre una naturaleza diferenciada que justifica la existencia del sistema de dominación de un sexo sobre el otro y se ha dotado de legitimación mediante su expresión cultural a través de los roles de género; roles de género que a día de hoy se refuerzan gracias a las teorías de identidad de género, que reivindican los estereotipos más rancios siempre y cuando se "representen" (perform, en inglés) de manera "voluntaria".

Podría alargarme ahora hablando sobre cómo la clase de los varones se ha apropiado de la capacidad reproductiva de las mujeres y cómo esta ha sido una de las piedras angulares de nuestra subordinación a lo largo de los siglos, pero ni siquiera hace falta ahondar en ese aspecto para comprender cómo el género, siendo una fantasía teórica, se pega a los cuerpos y los coloca en lugares diferentes de la escalera de poder, donde las acciones tienen consecuencias materiales más allá de con qué o con quién se identifique el individuo.

La violencia de género como concepto no resulta útil para señalar la estructura de dominación que subyace en nuestra sociedad patriarcal. Se trata de un término convenientemente neutro y desinfectado que no conceptualiza y por tanto no politiza.

No hay más que seguir atentamente cómo se van produciendo los previsible asesinatos de mujeres mes a mes, año tras año, para darse cuenta de lo peligroso que es no conceptualizar y no politizar adecuadamente. Nos asesinan y nos violan y aquí nunca pasa nada porque nos insisten en que son asesinatos aislados por numerosos que sean; más bien inevitables e imprevisibles y en todo caso no tan relevantes como si las asesinadas fuesen seres humanos complejos y con vidas propias.