domingo, 29 de diciembre de 2013

Cuando crezca


De mayor quiero:

a) Parecerme a  Amelia Valcárcel

o, incluso mejor, 

b) Casarme con una Amelia Valcárcel.


Salud y poder

El espejismo de la igualdad


"A mí lo que me sorprende de la libertad femenina, que existe y se 
ha ido conquistando con mucho esfuerzo, es que correlata con una 
mostración cada vez más erotizada del cuerpo femenino. Es como si 
hubiera una estrambótica mecánica por la cual nuestra libertad sólo es 
posible a costa de un plus de agrado cada vez más exhibicionista." Fragmento 
de la siguiente entrevista:
 Entrevista de Truzzoli a Amelia Valcárcel

martes, 24 de diciembre de 2013

En el principio


Al principio no se sabe bien lo que es, ni qué forma tiene, ni qué va a pasar. Al principio, el archivo de la memoria mental y de los sentidos está especialmente alerta y registra cada palabra dulce, cada pequeño gesto de acercamiento. Esos gestos de acercamiento se hacen primero con cautela, temiendo agobiar, temiendo dar por sentado un vínculo que todavía es frágil e ingrávido como una pompa de jabón.

En el principio nos sorprende todo y todo lo hacemos por primera vez: se pasea por las mismas calles de siempre pero de repente el paseo es nuevo y hay una mano que toma la nuestra y nos contagia su calor y transmite cierto mensaje silencioso que todavía no sabemos interpretar por completo.

Yo lo recuerdo. 

A veces sale bien, porque creemos en ello y sopla el viento a nuestro favor. Sale bien si se mantiene la sencillez y la naturalidad del simple gustarse y disfrutar de la mutua compañía. Sale bien si se ahuyentan fantasmas pasados que nada tienen que ver con la situación ni con la persona presentes. 

Ojalá les vaya tan bien como a mí me gustaría que les fuera. Ojalá tengan el coraje suficiente para cuidarse y no caer en estúpidos juegos de poder; ojalá no tensen la cuerda hasta romperla. Ojalá no den por hecho el milagro cotidiano de tenerse el uno al otro. 

jueves, 19 de diciembre de 2013

Apuntes de librería


 Rebuscan entre los libros con la mirada perdida, van de uno a otro a toda velocidad, sin fijar la vista en ninguno y casi sin pestañear. Sospecho que los colores de la portada ejercen cierta influencia sobre su atención. Como niños, lo revuelven todo y luego se marchan como una exhalación tras mirar el teléfono móvil durante unos segundos, o hacen cola en la caja abrazando contra el pecho su nueva adquisición.

Una librería no es una biblioteca, desde luego, aunque ciertas librerías son tan acogedoras que le hacen sentir a una como en casa. Esto se consigue tanto por la comodidad de los sillones como por la selección de títulos, aunque también es necesario algo más, un respeto tangible por el oficio, por los libros mismos, que no se venden al peso como piezas de carne. Hay librerías así (pocas) y hay librerías normales (la mayoría).

En la que yo trabajo, todo se precipita con la misma velocidad con que los clientes pasan de un libro a otro. Algunas tardes la tienda se llena de gente y hay mucho ruido, que no es tanto ruido externo como ruido mental interno de mucha gente reunida en un espacio pequeño.

Con los años he aprendido a despegarme de mí en esos momentos, y así puedo observar a la masa desde fuera. Creo que los sociólogos deberían hacer sus prácticas en una tienda llena de gente desconectada entre sí. De verdad que da para mucho.

Ayer vino a la librería uno de mis alumnos del ministerio y ambos nos quedamos noqueados por la sorpresa. Fue rarísimo vernos fuera del contexto del aula.

- Pero profe... No sabía que también trabajabas aquí.

- No trabajo aquí, -bromeé casi en serio- esto es formación continua para el profesorado.

Y nos reímos un rato del uniforme viejuno que me obligan a llevar por navidad.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Bechdel


Leo con regocijo que en algunos círculos culturales se está debatiendo la idoneidad de la aplicación del test Bechdel para explorar la presencia y representación de las mujeres en el cine. Este test, explicado brillantemente por Anita Sarkeesian en su  Feminist Frequency, aquí puede verse, está tomado de la dibujante Alison Bechdel, que en 1985 se planteó en cuántas películas se da el sencillo requisito de que aparezcan, por lo menos, dos mujeres con nombre, que hablen entre sí, y que hablen de algo que no sea un hombre. Muy pocas películas pasan este test. No lo pasaban las de los años ochenta, pero tampoco en 2013 lo pasan demasiadas. 

Resulta llamativo que, a pesar del cada vez más largo metraje de las películas actuales, de verdad no quepa un solo diálogo entre dos mujeres con nombre que no estén pensando en un hombre, sea un novio, un hijo, un padre o un jefe. 

Rápidamente han saltado los y las de siempre blandiendo la palabra más temida: CENSURA, asegurando que aplicar este test coartará la libertad de expresión de los creadores, que la ficción es ficción y que el hecho de que casi ninguna película pase el test no significa absolutamente nada. Estas suelen ser las mismas personas que aseguran que el movimiento feminista ya no tiene mucho sentido porque lo hemos conseguido todo, que no existe discriminación alguna por razón de sexo, orientación o identidad sexual. 

Yo creo que la polémica que se está creando en torno al test indica que, sin duda, escuece. Hay muchos clichés en la industria cinematográfica, y me parece que nadie se tiraría de los pelos con indignación si dijera que en muchas de las películas de Hollywood se identifica, todavía a día de hoy, a los negros e hispanos con la delincuencia y la peligrosidad. Por supuesto, esto no es más que un cliché, y hay muchas producciones que se encargan de revertir tal cliché o al menos lo cuestionan. Eso no provoca reacciones tan viscerales como las que he leído en los últimos días.

Pero en cuanto entramos en la arena feminista se despiertan las sensibilidades más rancias y resulta que exageramos, que le damos demasiada importancia a la ficción, que protestamos por todo. (Por cierto, esto último es cierto: claro que protestamos por todo por lo que hay que protestar. Y menos mal. Si no, a saber si podríamos votar, conducir o estudiar una carrera universitaria a día de hoy. No nos han regalado nada).

¿Soy la única que se plantea la cara que pondría la gente si de repente todas las películas funcionaran al revés? Mayoría de personajes femeninos, los pocos masculinos no tienen nombre siquiera, y si lo tienen y llegan a hablar con un congénere lo hacen sólo acerca de mujeres presentes en su vida, dando a entender que no tienen interés por su trabajo, aficiones o vida interior siquiera.

Sería taaaaan aburrido. 
El cine se convertiría en cosa de mujeres.
¿A quién iba a interesarle semejante patrón cinematográfico?

Lo divertido, por inquietante, es que nadie cuestiona el status quo. Y a quien lo cuestiona se le ataca, todos a una, mediante la burla y también mediante el silencio más absoluto, si la situación lo requiere. Si se puede, se ignora su presencia. Si sus ideas llegan a ver la luz, lo mejor es burlarse y atacar desde la condescendencia.

Porque el test Bechdel no es nuevo. Ni siquiera data de los años 80. Como explica su autora, 


I speak a lot at colleges, and students always ask me about the Test. (Many young people only know my name because of the Test—they don’t know about my comic strip or books.) (I’m not complaining! I’m happy they know my name at all!) But at one school I visited recently, someone pointed out that the Test is really just a boiled down version of Chapter 5 of A Room of One’s Own, the “Chloe liked Olivia” chapter.
I was so relieved to have someone make that connection. I am pretty certain that my friend Liz Wallace, from whom I stole the idea in 1985, stole it herself from Virginia Woolf. Who wrote about it in 1926.
Alison Bechdel habla sobre su test



Alison Bechdel en una conferencia


Así que fue Virginia Woolf la que primero reflexionó acerca de la presencia y representación de las mujeres en la ficción. En su caso, como no podía ser de otro modo, se refería a la literatura. La Woolf es una marca con solera. Virginia Woolf: desde 1926 poniendo incómodo al personal.  

Yo lo tengo muy claro. Si viviera en esa sociedad igualitaria en la que me aseguran que vivo, no haría falta este test porque las películas lo pasarían de manera natural. Cada cual que siga haciendo las películas a su manera, desde luego, pero que nadie se irrite si le metemos el dedo en el ojo al señalar que, de hecho, su ficción se parece bastante a la realidad.  

Soy tan fan de Alison Bechdel. Sus dos novelas (autobio)gráficas son dos tesoros que se releen con el mismo placer de la primera vez. Me encanta su voz tan alta, tan clara, tan divertida. Es para mí otro de esos referentes de cabecera.






lunes, 16 de diciembre de 2013

10.333 días


De la forma más tonta me he enterado de que llevo viva 10.333 días. 

Qué impresión se siente al ver la cifra delante de los ojos. Imagino una especie de calendario (de gatos) con un número finito de hojas. Cada día, una mano invisible, que en realidad es la mía, va pasando una nueva hoja, así, muy discretamente. Hay días llenos de anotaciones, otros que no merece la pena que pasen a la posteridad. Pero qué responsabilidad tan grande la de aprovechar mi calendario al máximo.

Pluriempleada y llamando a las puertas del cielo de una oportunidad lejos de aquí, dedicándole más horas al transporte público que a mi gente, testigo de una crisis económica-timo que produce pingües beneficios para una pequeña élite cada vez más descarada en su avaricia... Imagino el calendario de días por vivir. No consigo ver cuántas hojas en blanco me quedan todavía por delante.

Qué ganas de saber bailar uno de esos boleros inmortales de los Panchos, qué ganas de marcarme un buen swing de los de Franky. Pienso en el calendario invisible de días por vivir y me pregunto: ¿y si es un propósito que aún puedo cumplir en 2013?

Cheek to Cheek, Sinatra


Ginger Rogers y Fred Astaire dándolo todo mientras
bailan Cheek to Cheek en la película Top Hat (1935)



viernes, 13 de diciembre de 2013

'Ασε με εδώ


Empieza un nuevo año en apenas dos semanas y el balance del que se termina es para mí bastante positivo. 

Tengo un propósito para 2014 que me persigue desde hace ya años: aprender a bailar boleros y swing, aunque sólo sea unos pocos pasos básicos. No deja de ser curioso que este año haya aprendido a hacer cosas tan dispares como nadar o conducir y no haya buscado esas clases que, esta vez sí, de 2014 no pasan.

Ha sido un año muy intenso, muy hacia dentro y paradójicamente muy hacia fuera también, pero de un modo distinto a como acostumbraba. Hay una canción increíble de Pavlos Pavlidis, 'Ασε με εδώ, que he descubierto hace poco y con la que me identifico plenamente. Me identifico con mi interpretación de la canción, claro, que por supuesto no es universal y puede significar algo totalmente distinto para otras personas.

A mí me parece que en ella habla del proceso de curación de una herida profunda, una herida que ha estado muchos años falsamente olvidada dentro del cuerpo. Este tipo de heridas no resultan obvias, no consisten en un solo hecho aislado, a veces la introspección necesaria para averiguar qué es lo que de verdad nos pasa es profundamente dolorosa y lleva tiempo y requiere de mucha voluntad.


Merece la pena iniciar el viaje. Ojalá hubiera sabido ponerme en camino hace muchos años, pero desde luego los momentos adecuados no pueden forzarse. He descubierto que gran parte de las cosas que me han pasado en los últimos años no eran sino reflejos de la relación que tenía conmigo misma. Quizá suena muy new age, pero qué puedo decir si es lo que veo ahora con toda claridad, delante de mí, como una verdad grabada en piedra.




Pavlos Pavlidis

'Ασε με εδώ


Déjame aquí


Sólo una vez, durante un momento,
giras la cabeza y miras ahí,
la gente acaba de empezar
una fiesta desquiciada: pasión y locura.
Tú apagas la vela una vez más,
cierras las alas y agachas la cabeza.

Hasta que una mañana te despiertas y observas
el espejo hecho añicos
y no consigues recordar
por qué ayer lo destrozaste, y te desplomas
en el suelo sin aliento, 
sin saber realmente quién lo ha roto.

Un día, de repente, la vieja herida
que habías escondido durante años se destapa,
y te preguntas cómo es que ahora oyes
ruiseñores en esta ciudad, pues 
ahí donde te escondías han tardado años
en llegar alegrías y tristezas.

Un día, simplemente, un pequeño
rayo de luz que flota ahí arriba
es suficiente: poco a poco
empiezas a respirar.

Déjame aquí: desde este lugar profundo
me gusta verte flotar.

                              
                                                                        Letra y música: Pavlos Pavlidis

martes, 10 de diciembre de 2013

Moments of being


He dado un largo paseo por el pueblo esta mañana; uno de esos que no se planean y que tal vez por eso se disfrutan más. Cuando terminé mis recados era todavía temprano y me vi de nuevo en la calle, con varias horas por delante y unas ganas crecientes de caminar bajo el sol de diciembre, ese sol con uñas del que hablaba Muñoz Molina y que tanto parece gustarle también a los gatos.

He caminado por calles que ya son tan mías como las de otros lugares en que he vivido y me he sentido feliz sabiendo que, aunque me haya mudado de casa tantas veces, hay dentro de mí una raíz que se hunde bajo mis pies vaya donde vaya. Es un centro que seguramente todas las personas tenemos aunque tal vez tardamos cierto tiempo en darnos cuenta de que existe y, sobre todo, en valorarlo. No hay mejor ancla que ese centro. No hay mejor ala delta que ese centro.

Hacía mucho tiempo que no me alejaba del pueblo por ese camino de tierra. Había escarcha por todas partes, en el suelo y también en los sembrados. Imagino que resistirán estoicamente las heladas para retoñar con más fuerza en primavera: es irresistible el impulso de renacer, o eso parece. 

La acequia que en verano fluye perezosamente estaba casi congelada, y la visión del pueblo a mi espalda, con la iglesia destacando al fondo, parecía sacada de una postal o de una ilustración de cuento infantil. Junto a la vega se forma una neblina débil que empaña un poco el paisaje y que me recuerda al humo que sueltan las chimeneas de las casas.

Recuerdo cuando Martínez Victorio nos habló en clase de eso que Virginia Woolf llamaba moments of being. Son más o menos un equivalente de las epiphanies de Joyce: instantes en que estamos plenamente presentes, instantes de una concentración alegre y llena de curiosidad. Lo que me maravilla es que esos moments of being abundan, a pesar de los pesares, si nos detenemos a escuchar y a mirar de verdad.

Fue también Virginia Woolf la que defendió un optimismo orgánico con el que me identifico ahora más que nunca:

These are the soul's changes. I don't believe in ageing. I believe in forever altering one's aspect to the sun. Hence my optimism.


lunes, 9 de diciembre de 2013

El arquero


Sucede en muchos aspectos de la vida. Una empieza a hacer algo común, algo que siempre estuvo ahí delante y que nunca recibió mayor atención, y descubre su belleza silenciosa. Y ya no hay marcha atrás, sólo cabe dejarse llevar.

Hace un par de años empecé a visitar regularmente el Planetario. La primera visita fue muy emocionante, porque no había estado allí desde que me llevaron en alguna lejana excursión infantil. Es tan feo el pobre Planteario, tan basto con su estructura de bloques de cemento. Recuerdo que pensé en la facultad de filología de Atenas, la Kapodistriakó, cuando entré allí. Ambos edificios comparten esa desnudez tan funcional como de construcción soviética o carcelaria. 

La exposición sobre Marte que hay en el edificio anexo al Planetario es tan primitiva que provoca ternura. A la entrada nos recibe una especie de alienígena de cartón piedra, acaso de plástico, que representa el concepto del extraterrestre medio de los años ochenta. Los paneles informativos informan, no hay duda sobre ello, pero en todo hay una pátina de tiempo y de olvido, como si la exposición estuviera allí, tranquilamente implosionando, desde el mismísimo Big Bang.

Sucede algo parecido con la exposición que hay en el edificio principal, en la planta baja. Hay artilugios que hace treinta años debieron provocar la sorpresa en los escolares madrileños y que ahora provocan más bien extrañeza: pero esto... ¿Es en serio? Eso le escuché a una niña cuyos padres la animaban a que lanzase una bolita de metal al centro mismo de un agujero negro. Un agujero negro que era una especie de embudo (embudo grande, eso sí) pegado al suelo y desconchado. Un agujero negro, digamos, de capa caída, como el porcentaje económico que este país nuestro invierte en ciencia e investigación. (El gasto en investigación ha caído en un 45,7% desde 2009.)

Quizá por todo esto le tengo un cariño especial al Planetario. Efectivamente, no fui una niña de campamentos. No he ido jamás a ninguno. La idea, cuando era pequeña, de separarme de mis padres durante dos semanas para comer espaguetis y compartir duchas comunales con niños desconocidos me llenaba de una mezcla de pavor y, por qué no decirlo, repelús. Afortunadamente, no me convertí en una sociópata por haberme perdido las veladas musicales junto al fuego. Lo que me da pena es no haber empezado a fijarme desde pequeña en el cielo estrellado, y me consta que es una asignatura troncal de los campamentos de verano.

Me lo perdí entonces, pero nunca es tarde si la dicha y la vista son buenas. El Planetario ha sido mi modesto trampolín y ahora no puedo dejar de mirar hacia arriba. Ya tengo bien localizadas a Casiopea, Cefeo, y por supuesto a la Estrella Polar en la constelación de la Osa Menor. Es fascinante observarlas, noche tras noche, si no hay muchas nubes, desde el descampado que hay pasado el parque que queda debajo de mi casa. Hace un frío peludo, pero merece la pena comprobar que siguen ahí, que cada vez me son más familiares.

La otra noche, tras preguntarme qué carajo sería esa especie de lazo de estrellas que me sonaba haber visto antes, lo busqué en la guía astronómica al llegar a casa y descubrí que era Orión. Orión, el arquero, tan gigantesco que podía atravesar los mares sin que éstos lo cubrieran más allá de los hombros. Tuvo un altercado mortal con Escorpión, pero Zeus zanjó el asunto colocándolos en estaciones diferentes: para Escorpión, el cielo de primavera y verano; para el arquero, el de otoño e invierno.



Constelación de Orión



viernes, 6 de diciembre de 2013

Conversaciones con Venegas


A Venegas (Venegas española que nada tiene que ver con la cantante estadounidense) le pusieron aparato corrector en los dientes cuando era más joven. Antes de colocárselo, parece ser que usaron unas gomas para tratar de separar entre sí las dos últimas muelas, pues era necesario crear algo de espacio para ponerle el aparato.

No me sé los pormenores, pero la idea era que, si no conseguían abrir ese pequeño espacio, tendrían que extraerle las últimas muelas (no eran las del juicio) para poder poner los dichosos brackets

Bien, pues no fue necesario realizarle extracción alguna. Las gomas funcionaron, y Venegas recibió la misteriosa felicitación de su tía abuela:

- Ay, qué bien que no te las hayan tenido que sacar, hija, porque esas muelas luego te harán falta. Ya lo verás.