martes, 24 de abril de 2018

¿Menores transexuales o víctimas de la homofobia?



En los últimos años se ha incrementado en un gran número la cantidad de menores que se identifican como transexuales (o transgénero, porque el feminismo liberal mezcla constantemente género y sexo de forma sorprendente y los medios usan ambos conceptos como si fuesen intercambiables).

Cabe preguntarse por qué hasta hace unos años esto no era una tendencia tan habitual como lo es ahora. Siempre ha habido niños y niñas que no respondían a los estereotipos de género asociados al sexo, y de hecho yo misma fui una "machota", un "chicazo", una "marimacho" hasta que ya a las puertas de la adolescencia me di cuenta de que era demasiado duro llevar estos sambenitos, y acabé por conformar, al menos superficialmente, a estos estereotipos durante unos años. Pura superviviencia y pura máscara. No fue hasta bien entrada la veintena que fui capaz de deconstruir toda la socialización que había recibido durante toda mi vida y empecé a ser, ya sí, auténticamente yo. 

Sé lo que es escuchar desde muy pequeña: "¿Eres un niño o una niña?" Por llevar el pelo corto y ropa que se asocia con el sexo masculino, como pantalones o camisetas cómodos con estampados de colores neutros. Me preguntaban si era un niño o una niña e íntimamente yo sabía que era vergonzoso responder la verdad, esto es, que era una niña con pelo corto y ropa "de chico". Esa pregunta era una forma de insulto en sí misma, me ponía contra las cuerdas de mi propia rareza. Mis amigas eran normales y yo era "diferente". 

Una niña de cinco o seis años no es consciente del mecanismo de poder patriarcal que se agazapa tras la imposición de los roles de género, pero sí percibe perfectamente que no está siendo fiel al papel que tiene que interpretar. Y recuerdo la incomodidad, cómo no me sentía en mi piel. Prefería pasar desapercibida para que nadie se metiese conmigo o hiciese bromitas sobre mí.

A finales de los 80 y principios de los 90 la frase "eres un chico" dicha a una niña era un insulto y no un interrogante sincero. A nadie se le ocurrió darme la opción de que yo en realidad fuese un niño encerrado en un cuerpo equivocado. No fueron tan clementes (Aclaro el sarcasmo por si acaso alguien no lo capta). La sociedad era consciente sin fisuras de que mi cuerpo era el correcto y eran mi personalidad, mis actitudes y mis gustos los que estaban equivocados. Una niña no viste cómoda, a una niña le gusta el rosa y el morado, una niña no va por ahí dando saltos y corriendo todo el día, a una niña no le gustan tanto las artes marciales, ni jugar con la pelota ni los coches de su hermano mayor. A una niña le gusta jugar con muñecas y fantasea con juegos de rol en los que ella es mamá y esposa. A mí me encantaba imaginar que era Aladín y saltaba por los toldos de una ciudad sacada de Alí Babá y los cuarenta ladrones y tenía una novia tan guapa como la de la película de Disney. A veces era una exploradora en mitad del desierto y los cojines que tiraba por el suelo eran las únicas dunas no movedizas que podía pisar sin hundirme. Leía libros de aventuras en siestas insomnes de verano en las que me identificaba con los personajes masculinos de las historias, más que nada porque solo a los niños les pasaban cosas interesantes. Solo leyendo las aventuras de Los Cinco me sentía profundamente hermanada con Jorgina o Jorge, como la llamaban en su círculo más cercano. Me recuerdo corriendo en bici por descampados en obras, manchándome con arena y destrozándome las rodillas  caída tras caída por "hacer el bruto". 

La lucha feminista no ha cesado en estas décadas, y cabría pensar que a estas alturas nos habríamos liberado en gran medida de los corsés de género que imponen comportamientos y gustos a los niños y las niñas. Pero no solo no ha sido así, sino que esa niña que ahora mismo tenga gustos parecidos a los míos, es muy posible que reciba el mensaje de que sus gustos son los correctos, lo que está equivocado es su cuerpo. 

¿Alguien duda del alivio que yo habría sentido de saber de boca de mis mayores que mi rareza no era rebeldía cabezona sino un problema médico con solución? Eso habría explicado tantas cosas... Y por supuesto me habría aliviado saber que, después de todo,  no era culpa mía y se me iba a permitir comportarme libremente sin castigarme de continuo por ello. El precio a pagar, y eso es algo que yo no habría podido saber entonces y que razonablemente no entiende ningún menor, sobre todo en edades muy tempranas, habría sido la lucha contra mi propio cuerpo durante el resto de mi vida. La disociación de mi propio cuerpo durante el resto de mi vida. La medicación también de por vida, y previsiblemente, la necesidad de una serie de cirugías irreparables no necesarias desde un punto de vista médico. La esterilidad irreversible, dado que una vez que se administran bloqueadores de hormonas y acto seguido hormonas del sexo contrario, se impide el desarrollo de las gónadas y el/la menor queda estéril irremediablemente. 

Existen múltiples asociaciones llenas de progenitores bienintencionados que no saben cómo ayudar a sus hijos e hijas. Los ven sufrir porque sienten el rechazo de una sociedad tan sexista o más que la que a mí me vio crecer; hemos avanzado algo en ciertos temas que afectan a la lucha de las mujeres, pero no desde luego en lo que se refiere a los estereotipos de género impuestos a los más pequeños. La dictadura del rosa y el azul los adoctrina desde antes de nacer incluso. Durante la adolescencia estos roles se refuerzan además por la cultura popular, el ejemplo de las personas adultas cercanas y la influencia misógina y violenta de la pornografía, a la que acceden de un modo normalizado desde los once años aproximadamente. 

Estos padres y madres quieren crear un espacio seguro para sus niños y niñas y piensan que si se trata de un problema médico con una cura o un tratamiento, todo queda explicado y solucionado. Pero el activismo trans se no se aclara en este aspecto, ya que una de las ideas que defienden con más fervor es la contradicción de que la identidad de género es innata (y por eso se manifestaría en criaturas muy pequeñas) y por tanto no una enfermedad, pero a la vez reclaman el acceso al sistema sanitario, a lo que denominan "tratamiento hormonal" o cirugías de "confirmación de género". No ofrecen ninguna explicación respecto a esta contradicción fundamental, y esto crea un doble discurso por el cual hace falta un diagnóstico temprano de algo que ni siquiera es un trastorno, sino una manifestación de la esencia de la persona. 

Entonces yo me pregunto, si eso de la identidad de género existiera, ¿no sería suficiente en sí misma? ¿Por qué sería necesario medicar a los menores para que repliquen las características físicas del sexo opuesto? La respuesta es que lo que en el activismo trans se denomina identidad de género, en el discurso de a pie se denominaría personalidad. 
Imaginemos que de pronto los niños pueden vestir tutús, jugar a ser mamás con muñecas y las niñas pueden patinar haciendo el bruto sin que pase nada, sin que nadie esté habitando un cuerpo que no es el suyo. 

Le pido a mis lectores y lectoras que se den un paseo por plataformas como Youtube y vean vídeos de menores y jóvenes que explican cómo "supieron" que eran trans. Veréis que hablan de infancias semejantes a la mía. Hablan de desafiar los roles de género, y lo doloroso que eso es porque te enfrenta a la sociedad y te hace sentir rara, inadecuada. La diferencia entre los años ochenta y la sociedad actual es que se ha ideado un mecanismo para dar una válvula de escape a estos pequeños, pero es una válvula de escape con mucha trampa.

Primero, porque no supone ningún desafío al patriarcado, y no solo refuerza los estereotipos de género, sino que invisibiliza a quienes practicamos la disidencia de género desde la infancia. Muchas de esas chicas que salen en Youtube identificándose como muchachos hablan de haberse sentido atraídas por amigas y cómo esto les producía rechazo. Ahora son mágicamente heterosexuales, normales, son aceptables y merecen la aprobación de su familia y de la sociedad. Todo es más fácil así, pero no es necesariamente auténtico. La homofobia internalizada de estas chicas me parte el corazón. Al menos yo en su momento tuve acceso a ejemplos, aunque fueran pocos en cantidad, de mujeres fuertes, lesbianas, seguras de sí mismas, felices siendo como eran.

En segundo lugar, se trata de una trampa porque no puedes pasar toda tu vida disociada de tu cuerpo. Es algo que saben bien  las personas con trastornos de alimentación. Ven su cuerpo de un modo no realista y pasan años de su vida, en ocasiones su vida entera, luchando  contra él y maltratándolo porque piensan que cuando lo modifiquen lo suficiente según su idea mental de lo que su cuerpo debería ser, entonces serán felices de verdad. Pero en la raíz de la disforia está el hecho de que nunca alcanzarán ese ideal que tanto desean. Podrán acercarse tal vez, de forma cosmética, pero pasarán toda su vida tratando de cruzar un puente insalvable, con el temor de que alguien "se dé cuenta" de que nacieron con un sexo determinado que estaba mal.

Este tipo de disforia corporal por trastornos de alimentación no se reivindica por parte de plataformas de padres y madres ni de asociaciones sin ánimo de lucro como una manifestación de ningún tipo de identidad. A nadie se le ocurre ofrecerle a menores con bulimia o anorexia reducciones de estómago ni dietas milagro por internet. No de forma legal, al menos. No de manera que parezca que es activismo liberador para el ser humano. Más bien se trata de lanzar el mensaje de que todos los cuerpos y las tallas son perfectos tal cual son, y que los dictados de la moda no deberían decirle a nadie que su cuerpo es erróneo y debería ser diferente.

Y sin embargo observo a mi alrededor cómo hay muchos y muchas menores confusos porque piensan que su cuerpo está mal, que necesitan cambiarlo, que hay una disonancia entre su cuerpo y su personalidad. Esto no es cierto. Al menos no en criaturas pequeñas que están explorando el medio, la vida, las experiencias, y necesitan fantasear y jugar y desarrollarse sin constricciones impuestas por sus mayores por el hecho de haber nacido con un sexo y no otro entre las piernas.

Qué revolucionario sería ver calles y colegios llenos de niños y niñas que se convierten en adultos liberados de los estereotipos de género. Felices en su piel y en su cuerpo y en armonía con su entorno y el resto de personas que los rodean.

Por otra parte, existe una corriente dominante de pensamiento que va ganando espacio en el transactivismo que se dedica a hacer relativismo sobre la materialidad de los cuerpos. Ahora resulta que no existe el pene ni el clítoris ni la vagina porque el sexo es asignado por la comadrona al nacer. Es el colmo de la locura digna de 1984 en que nos vemos envueltas las feministas críticas del género. No se dan cuenta de que el sexo es una materialidad tan real como el grupo sanguíneo o el color de los ojos y que no tendría que tener ningún efecto en la calidad de vida de la persona que nazca con un sexo y otro. Que se lo digan a las niñas víctimas de la mutilación genital femenina. Que les digan que eso que les mutilan es ¿su género? Que no hay nada material en el clítoris destrozado, en su sexo ensangrentado y su placer sexual erradicado antes siquiera de haberlo llegado a sentir. O a las niñas vendidas como esposas, o a las niñas abortadas por el hecho de serlo. No hablan de género ni identidades las ecografías.

Lo que sí que nos asignan al nacer, e incluso antes de nacer, es el género. El dichoso género que todo lo impregna y que es una cárcel, por mucho que nos lo presenten como algo con lo que una persona se pueden identificar felizmente. Identidad de género, dicen, y no se dan cuenta de que identificarse con un género es como pedirle a una persona encerrada en prisión que se identifique con los barrotes que la separan de la libertad y que lo reivindique como liberador. 

Habrá que plantearse cuánto hay de homofobia en la corriente actual de transactivismo dirigido a los menores. No hablo de las personas adultas que, en lo que a mí respecta, pueden decidir operar los cambios que deseen sobre su cuerpo. Me preocupan los menores que, como yo hace décadas, quieren ser libres y expresarse más allá de los márgenes que les impone la sociedad. Deseo profundamente que eso no signifique que su cuerpo está mal y hay que cambiarlo. Más bien habría que potenciar que niños y niñas vivan con libertad la experimentación propia de la infancia y la adolescencia, pero veo con tristeza cómo lo que se plantea es una vuelta a los estereotipos más rancios. Mi voz no es la más popular, y han llegado a censurar mi opinión en alguna que otra revista feminista anarquista (al menos en teoría) porque mi opinión no entra dentro de la "línea editorial". Pero es una voz clara la que tengo y también sé que no estoy sola. Aunque pocas, algunas feministas vemos claro que esto que nos están vendiendo como progresista y feminista no es sino un lobo con piel de cordero, un caballo de Troya patriarcal que aún tiene que dejarnos ver su verdadera cara. Habrá que esperar para ver los resultados de este experimento que se está haciendo en niños y niñas a lo largo y ancho del mundo.

Ojalá me equivoque. Ojalá en unos años estos jóvenes no nos pidan explicaciones sobre por qué no les dejaron ser, simplemente, libres, completos, felices en su diversidad. 





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