miércoles, 25 de junio de 2014

El tiempo finito


La arruga es bella, pero sólo en los seres humanos. 

Pero, ¿son las mujeres seres humanos?

Las arrugas testimonian nuestro paso por el mundo y dicen la verdad sobre si nos hemos reído más de lo que hemos llorado y viceversa. Me pongo el bañador antes de tirarme a la piscina y observo maravillada cómo mi cuerpo va cambiando poco a poco, lentamente, año tras año. Me parece hermoso, aunque sé que habrá quien no lo entienda. 

Reconozco que mis convicciones políticas hacen que disfrute más aún de este proceso inevitable. Me hace profundamente feliz darle un bofetón en la cara a todas esas expectativas sociales y culturales que dan por hecho que me aterra envejecer y dejar de resultar deseable de acuerdo con los cánones de belleza en vigor. 

Ser joven indefinidamente está de moda.
Llevar rosarios de plástico colgados del cuello también estuvo de moda en su momento.

Como le dije hace poco a mi alumno favorito: No te creas eso del complejo de Peter Pan. Está sobrevalorado y la verdad es que es un rollo.

Sé que los mandamientos estéticos también tienen su impacto sobre los cuerpos de los hombres pero, si hablamos con sinceridad, sabemos que la tiranía de la eterna insatisfacción con el propio cuerpo se ejerce sobre todo sobre las mujeres. Y eso es así porque desde que son pequeñas se les enseña que su principal ocupación en la vida es la de agradar a los demás (especialmente a la mirada masculina). Y no sólo se trata de agradar sonriendo mucho y siendo razonable, sino también siendo una bonita cosa a la que mirar.

Ser mujer, actuar como tal, responder a todas esas expectativas sociales, no siempre coincide con ser sencillamente una persona. De hecho casi nunca coincide. Requiere un esfuerzo extra que, para qué andarme con rodeos, no estoy dispuesta a asumir. 


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