lunes, 1 de septiembre de 2014

Robert Jensen y el aburrimiento cruel de la pornografía



Robert Jensen es uno de esos aliados del feminismo radical que tanta falta hacen y que desgraciadamente escasean. Combina su labor de escritor con la de profesor de periodismo en la Universidad de Tejas en Austin y se ocupa de asuntos varios entre los que destacan la política y el feminismo. Escribe sobre asuntos como la pornografía, la violencia contra las mujeres y la prostitución, y he decidido traducir aquí uno de sus artículos, que encuentro de lo más interesante, sobre la industria del porno en la actualidad.

Estoy bastante de acuerdo con él, si bien matizaría algunos aspectos menores de su crítica que en todo caso no afectan al fondo de la cuestión. Me gusta este texto especialmente porque desde su posición de varón hace algo que prácticamente ninguno se plantea hacer: virar la atención de las mujeres que, por los motivos que sean, se dedican al cine porno, para centrarla en los hombres consumidores de ese material. 

El presente artículo está traducido con la autorización expresa de su autor.




El aburrimiento cruel de la pornografía



El sucio secreto de la industria de la pornografía es que, partiendo de un número finito de maneras en que los cuerpos humanos se pueden encajar, su producto es, por definición, aburrido y repetitivo. Por tanto, no tiene más remedio que recurrir a sexualizar la degradación en sí misma.


Hay un número finito de maneras en que los cuerpos pueden encajar sexualmente entre sí, y, como se me quejó un veterano de la industria durante la feria anual, "todas ellas ya han sido filmadas". Suspiró, considerando el reto de crear una película sexualmente explícita que resulte diferente al resto y concluyó: "Después de todo, ¿cuántas pollas puedes meterle a una chica de una sola vez?"


Su pregunta pretendía ser retórica, pero yo pregunté: "¿Cuántas?"


"Probablemente cuatro", dijo él; una penetración oral, una vaginal y una doble anal parecían una opción realista. Otro productor me dijo más tarde, ese mismo día, que él había trabajado una vez en una película que incluía una escena con una doble penetración anal y una doble vaginal, es decir, se trataba de una mujer penetrada por cuatro hombres a la vez. Dijo que el director había creado un arnés especial para sujetar a la mujer durante esa escena. En la pornografía heterosexual dominante de nuestros días no es excepcional ver una DP (palabra de la industria para referirse a la "doble penetración", en la que dos hombres entran vaginal y analmente a la vez en una mujer) combinada con una penetración oral.


Con independencia del número, teórico o ya habitual en la práctica, el debate en sí nos recuerda que la pornografía es cada vez más extrema y que traspasa nuestros límites tanto físicos como psíquicos. Además, la pornografía es también increíblemente repetitiva y aburrida.


Los pornógrafos lo saben, por supuesto, y esto les pone muy nerviosos.


Actualmente se estrenan unas 13.000 películas pornográficas cada año, en comparación con las aproximadamente 600 que proceden de la industria de Hollywood. No resulta sorprendente que una preocupación típica de la que fui testigo durante las Expos de Espectáculos para Adultos a las que he asistido (en 2005, 2006 y 2008) fuera que los intentos desesperados de los directores por hacer que sus películas fueran diferentes al resto  estaban dando lugar a cierto tipo de "acrobacias sexuales."


El "gonzo" es un género pornográfico que elude tanto argumento como personajes o diálogo alguno y ofrece sexo explícito, directamente. Las películas gonzo se distinguen de este modo de las "interpretadas", que hasta cierto punto imitan la estructura de las películas de Hollywood tradicionales. Según la revista más influyente del mercado, "El gonzo es el género pornográfico por excelencia ya que resulta menos caro que las películas estructuradas en torno a un argumento, pero además, y fundamentalmente, es la elección por la que paga el consumidor solitario que quiere ir directo al grano, excitarse con el material de verdad interesante y después, si es que quiere ver a actores interpretando, o presenciar algo de argumento y diálogo, puede ver alguna película reciente de Netflix."


Semejante descripción ofrece una comprensión profunda acerca de por qué (1) la pornografía siempre ha sido aburrida y (2) va a ser cada vez más y más brutal.


La industria se alimenta de la idea de que los varones que consumen la pornografía heterosexual dominante no son realmente seres humanos con corazón, mente y alma. En el mundo del porno, el hombre es una especie de robot sexual a quien sólo le interesa la estimulación de los circuitos del placer. En ese mundo, el objetivo consiste en reducir la sexualidad humana a la producción de una erección y un orgasmo tan rápido como sea posible: hacer que se levante y luego que se descargue de un modo eficiente. La pornografía da por hecho no que los hombres tienen pene, sino que no son nada más que su pene.


El pornógrafo se enfrenta a un obstáculo en todo este asunto: los hombres son seres humanos. No importa cómo estemos de deformados por la tóxica concepción de masculinidad que prevalece en una cultura patriarcal como la de Estados Unidos, aun así somos seres humanos con corazón, mente y alma.


Independientemente de cuánto intenten los hombres distanciarse del componente emocional del sexo, ese componente nunca se diluye completamente, y es aquí donde se encuentra el principal problema al que se enfrentan los pornógrafos. Cuando se drena cualquier tipo de emoción del acto sexual, éste se convierte en algo repetitivo y poco interesante, aburrido, en una palabra, incluso para aquellos que lo utilizan como un simple medio para facilitar su masturbación. Como la novedad de presenciar sexo en pantalla antes o después va perdiendo fuerza, los pornógrafos que quieren ampliar (o simplemente mantener) su volumen y beneficio de negocio necesitan incluir en sus productos un toque emocional del tipo que sea.


Pero la pornografía no se centra en las emociones que comúnmente se asocian al sexo (afecto y amor), ya que los hombres la suelen usar, precisamente, para evitar emociones como el afecto y el amor. Es por esto que los pornógrafos ofrecen a sus espectadores acrobacias sexuales y números circenses saturados de crueldad hacia las mujeres; sexualizan la degradación de las mujeres. Si bien la mayoría de nosotros está de acuerdo en que en este caso se trata de emociones negativas, son poderosas. En una sociedad patriarcal en la que se condiciona a los hombres para que se vean así mismos como dominadores de las mujeres, tal crueldad y degradación encajan con total facilidad dentro de la noción masculina de sexo y género.


Cuando ofrezco esta crítica mía a varones que son ávidos consumidores de pornografía, me suelen decir que estoy equivocado, que ellos ven gonzo y no aprecian el tipo de crueldad y degradación que yo describo. Me dicen que no hay crueldad en el hecho de que una mujer sea penetrada de manera agresiva por tres hombres que la llaman puta durante el acto sexual. Me dicen que cuando cinco hombres embisten la boca de una mujer hasta que tiene arcadas, la abofetean con sus penes, eyaculan en su boca y pretenden que ella se trague el semen, no hay degradación ninguna. 


De algún modo, están en lo cierto; no ven la crueldad ni la degradación porque están demasiado ensimismados por la excitación sexual y en tal estado sus capacidades críticas no se ven favorecidas. No son capaces de verlo porque son hombres en una sociedad patriarcal que se centra en el placer masculino. Ver a esa mujer como una persona que merece respeto (es decir, ver que es un ser humano) interferiría con su excitación y su orgasmo.


Cuando yo era joven y consumía pornografía tampoco me daba cuenta, y es que me convenía no darme cuenta. Era por eso que después del orgasmo abandonaba rápidamente el cine o la librería para adultos. Esto da pistas sobre la edad que tengo, lo sé; mi uso de la pornografía precedió a la aparición del vídeo, a través del cual el porno se introdujo en las casas de la gente. Pero el patrón persiste; muchos hombres con los que hablo hoy en día me cuentan que después de masturbarse extraen rápidamente el DVD o apagan el ordenador para no ver lo que realmente está pasando en la pantalla. Para actualizar el viejo cliché cultural, cuando el trabajo de la cabecita ha terminado, la cabeza grande vuelve a ponerse al mando. Cuando la experiencia sexual ha finalizado, los hombres pueden pensar, y cuando ven el desprecio de la pornografía hacia las mujeres, la mayoría no quiere seguir mirando.


Estas son unas observaciones generales, un intento de identificar ciertos patrones. Pero el mundo es, desde luego, complejo. Existe una considerable variabilidad en la especie humana; no todos los hombres ven porno por la misma razón ni tienen la misma experiencia. Y hay variedad en esas 13.000 películas que ven la luz anualmente. Pero sí que existe un patrón tanto en ese consumo masculino de pornografía como en las estrategias de la industria para hacer que los hombres la sigan consumiendo:


- Los varones heterosexuales tienden a consumir pornografía para alcanzar satisfacción sexual sin hacerse cargo de las complicaciones propias de tratar con una mujer real.

- Los pornógrafos ofrecen material gráfico sexualmente explícito que cumple con su función, pero para conseguirlo deben aumentar continuamente los niveles de crueldad y degradación para mantener sus beneficios.

Los productores de gonzo ponen a prueba los límites con nuevas prácticas que erotizan la dominación de los hombres sobre las mujeres. Variaciones menos extremas que estas migran a la pornografía con diálogo y cierta presencia de interpretaciones y de ahí se transforman hasta llegar a la cultura popular establecida. La pornografía es cada vez más abiertamente misógina y la cultura popular se vuelve a su vez más pornográfica; muchas películas de Hollywood y de televisión por cable se asemejan más al porno blando de lo que lo hacían hace unas décadas y la tan común objetificación de las mujeres en la publicidad se ha ido sexualizando cada vez con más descaro.

¿A dónde llevará todo esto? ¿Cómo de lejos llegarán los pronógrafos para asegurarse sus beneficios, especialmente ahora que la proliferación de la pornografía gratuita en internet añade una mayor competitividad? ¿Cuánta misoginia erotizada será capaz de tolerar nuestra cultura?

Cuando hago esta pregunta a los pornógrafos, la mayoría responde que no lo sabe. Un líder de la industria como lo es Lexington Steele reconoce que no tiene una bola de cristal: "El gonzo lleva todo al límite. La cosa es que sólo hay un número determinado de agujeros, sólo hay un número de maneras diferentes de penetrar a una mujer, así que resulta difícil saber qué será lo próximo dentro del mundo del gonzo."

¿Qué es lo próximo? ¿Qué viene después de las DP y de las dobles penetraciones anales? ¿Qué hay más allá de títulos como "Cum slam* de 10 hombres" y "Cream pie de 50 tíos"? Puedo asegurar que yo tampoco lo sé. Pero después de 20 años dedicados a la investigación sobre la industria pornográfica como académico y de criticarla como parte del movimiento feminista anti-pornografía, lo que sé es que deberíamos preocuparnos. Deberíamos temer el hecho de que puede que no haya límite en la crueldad masculina hacia las mujeres. En una sociedad patriarcal dirigida por los valores predadores del capitalismo, deberíamos sentir mucho temor.


Robert Jensen, 2008



*La práctica sexual (por llamarlo de alguna manera) denominada "cum slam" consiste en lo siguiente: un hombre eyacula en su mano y se la pone a alguien en la cara durante unos segundos. Se entiende que para que todo sea mucho más "divertido", la víctima ni espera ni desea que le restrieguen semen por la cara.


No hay comentarios:

Publicar un comentario