domingo, 12 de octubre de 2014

Underground


Haruki Murakami escribió Underground hace ya casi dos décadas, pero por algún motivo que desconozco sólo ahora ha llegado a las librerías españolas. Lo leo en estos días. No quiero que se acabe. Sospecho que cae dentro de esa reducida categoría de libros que no terminan nunca, que reverberan en la memoria y el estómago mucho tiempo después de haber leído la última página.

El escritor japonés realizó decenas de entrevistas a supervivientes o testigos de los atentados con gas sarín que se produjeron en el metro de Tokio el 20 de marzo de 1995. Los autores materiales del ataque químico fueron cinco miembros de la secta Aum Shinrikyo ("Verdad Suprema"), actualmente denominada Aleph. Los terroristas colocaron el gas sarín en estado líquido dentro de bolsas de plástico que cubrieron con periódicos. Emplearon paraguas cuya punta había sido cuidadosamente afilada para pinchar las bolsas de plástico y derramar de este modo el gas en los vagones de metro de las estaciones preestablecidas. 

Los efectos del sarín en el cuerpo humano son variados y pueden llevar a la muerte de la persona que entre en contacto con él ya sea por vía tópica o respiratoria. Algunos de los síntomas observados son ceguera transitoria (pues contrae las pupilas durante horas e incluso días), temblores, mareo, náuseas y pérdida de conciencia, así como tos y graves problemas respiratorios que pueden llevar a la muerte por asfixia.

En algunos de los relatos de supervivientes que Murakami pacientemente recopiló y redactó encuentro paralelismos a la hora de detallar la sensación de falta de oxígeno que este agente químico provoca en el organismo. Lo describen como si de repente desapareciera el aire por completo, del mismo modo que no podemos inspirar si recibimos un golpe fuerte y repentino en la boca del estómago. 

No sé bien cómo explicarlo, pero noto que este libro está rodeado de una burbuja de silencio. Se trata de un silencio respetuoso, de una calma tallada palabra a palabra a través de cada testimonio, como si el autor hubiera creado una cámara especial donde poder alojar a los supervivientes y a los lectores con ellos, unidos todos por el finísimo hilo del discurso en primera persona. Ellos hablan y aunque relatan sonidos estridentes como los de las sirenas de las ambulancias (algunas de las cuales llegaron con más de una hora de retraso al lugar de los atentados), yo siento ese silencio acolchado de los recuerdos muy intensos y muy fijos en lo profundo del cuerpo.        

Decía Alice Miller que el cuerpo nunca miente. Aunque ella se refería fundamentalmente a los efectos físicos y psíquicos de la violencia padecida durante la infancia a manos de cuidadores adultos, siento al leer estas breves narraciones que tenía toda la razón, que toda violencia, de un modo u otro, inscribe en el propio cuerpo una verdad que nadie, ni ninguna institución ni el paso del tiempo siquiera, puede contradecir con éxito.

Creo que Murakami se tomó la molestia de preguntarle a las personas afectadas cómo se articula esa verdad con palabras, envueltos por un silencio más cálido y más reconfortante que ningún aplauso por largo que pueda llegar a ser. Es lo que creo. Ha sido capaz de hablar del horror sin nombrarlo, pero no lo ha esquivado. Me gustaría sacar la burbuja de silencio del libro y enfundármela como una camisa. Sospecho que me haría mejor persona. Pero en el fondo sé que no puedo aspirar a tanto, que tendré que conformarme con el hecho de que este libro no se acaba nunca.



2 comentarios:

  1. Ella no, ella no se corta y sigue con sus entradas estupendas...

    Me lo apunto en pendientes! :)

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  2. Jajaja, tú es que no puedes ser más mona. Creo que sólo me lees tú, pero qué quieres que te diga, ¡me parece estupendo! :D

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