jueves, 4 de julio de 2013

Un dios que sepa bailar


El otro día me invitaron a un spa. Mi primer spa. Como es natural, me arrastraba de una piscina a otra con los ojos en blanco, musitando "cómo he podido dejar pasar 27 años sin probar esto" una y otra vez, como si estuviese rezando el rosario. 

Fue en la sauna, tirada sobre la madera y rodeada de vapores, donde tuve dos pensamientos, al menos. Dos, que yo recuerde. Lo increíble es que el cerebro siguiera funcionando llegado este punto. El primer pensamiento fue:

- ¿Cómo puede la gente practicar sexo en las saunas?? Se me licuan las arterias sólo de pensarlo.

El otro fue:

- Ahora estoy sola aquí dentro, pero en una sauna no puedes hacer otra cosa que no sea o meditar o socializar. Si te traes un libro se te deshace en las manos y si te traes música seguramente te electrocutes.





Al salir de allí fui poco a poco recuperando las constantes vitales y me di cuenta de que al correr, como al abandonarte a las bondades de una sauna, tienes las mismas opciones respecto a qué hacer mientras haces lo que haces. Bueno, leer mientras corres sea quizá un poco peligroso (yo no lo he probado, pero tampoco le diría a nadie que no lo intente), pero me consta que hay quien socializa mientras corre. Son esas parejas que van charlando tranquilamente durante kilómetros como si acabasen de empezar a correr hace medio minuto. Un misterio aeróbico para mí.

Están también quienes meditan mientras corren, que son esas personas que corren solas y sin auriculares. Puede que mediten o puede que hagan mentalmente la declaración de la renta, claro, nunca puedes estar cien por cien segura.

Y luego quedamos quienes vamos escuchando música. Como me gusta correr sola pero en cierto modo acompañada, opto por esta modalidad. La gran pregunta entonces es

                    ¿Qué música elegir?

Una gran pregunta, una gran responsabilidad. 

No es tan sencillo como parece a simple vista, al menos no en mi caso. A mí me gusta mucho escuchar a Silvio Rodríguez, pero el pobre mío estaba ya descartado antes de empezar. Siendo realistas, nadie puede segregar endorfinas y adrenalina escuchando La gaviota, por ejemplo. Estoy segura de que segrego miles de cosas cuando la escucho, pero adrenalina... No. O sea que mi pobre Silvio se queda en casa, o lo saco de paseo, pero no a correr.

¿Nacho Vegas? Bueno, no está mal, imagino, si vas corriendo camino del matadero. Más o menos puede ajustarte el estado de ánimo, te prepara para lo peor y sí, hay batería, guitarras eléctricas.

No, claro. Nacho tampoco se viene a correr. 

Así que los primeros días decidí llevarme podcasts de la BBC, mis programas favoritos: Witness, The Why Factor, The Life Scientific

Nah. 

Mala idea. Corriendo, desconecto muchas veces de lo que pasa dentro de la cabeza y conecto con el exterior; luego desconecto del exterior y reconecto por dentro y entonces resulta que no sé de qué carajo están hablando, si hace un segundo [lo que parece un segundo] estaban recordando a Churchill y de repente comentan las ventajas de dormir más de ocho horas seguidas por noche. No, nada de news and talk para correr. 

Entonces tendrá que ser música, me dije.

No tenía ni idea de qué llevarme, la mayor parte de los cantantes que me gustan son lentos, deprimentes, barajan la posibilidad del suicido y padecen sinestesias constantes. Y desprecian los estribillos.

Así que pregunté a Google. Y Google dijo que la mayoría de la gente elegía, o bien música tecno, o bien música de esa que yo llamo discotequera. Con todos mis respetos por las discotecas, que se ganan la vida de forma muy honrada. Al menos la mayoría de ellas. Como la música tecno fue descartada en primera ronda, porque no es que no me atraiga, sino que me da repelús, pasé al plan B: la música discotequera.

Esa lista de reproducción había que verla: Madonna, Michael Jackson, incluso me dejé llevar por las preferencias de Haruki Murakami y añadí algunas canciones de los Beach Boys.

Desastre. Ensayo - error es la clave, claro. Aquello me sirvió para darme cuenta de que no me gusta escuchar música en inglés mientras corro. Ni idea de por qué, seguramente no haga falta justificarse. Una manía justificada deja de ser una manía.

Probé el reggae (en español), probé el pop (en español), probé incluso con la música clásica (craso error, no puedes hacer sudar al bueno de Bach). 

Quemé Youtube durante días, hasta que di con la clave:

                                    La música perroflauta

La música perroflauta tiene toques de reggae, toques de ska, toques de rumba e incluso de bulerías, a veces. Esa combinación es la que aparentemente define mi ritmo al correr. Quién me lo iba a decir a mí hace, digamos, medio año; que escucharía grupos como La pegatina, Los Aslandticos o Canteca de Macao feliz y sudorosa. Yo no me lo habría creído ni un millón de años. 

Hay un grupo que se llama Lagarto amarillo y que se ha convertido en uno de mis favoritos en lo que a música para correr se refiere. Al principio llevaba un par de canciones de ellos en mi lista de reproducción, pero fueron incrementando su presencia en mi mp3 semana tras semana y ahora están en mi top ten. Son perroflautas, I gather, aunque ciertamente eso es lo de menos, no soy una de esas conversas agresivas. Que sean lo que quieran ser, me transmiten alegría e impulso para seguir avanzando, así que estoy encantada con ellos. Llevándomelos a correr me he acordado alguna vez de aquello que escribió Nietzsche y que yo escuché de labios de mi profesora de filosofía de segundo de bachillerato: que él sólo creería en un dios que supiera bailar. Esa sensación de despreocupación y entrega al momento presente es fácil de sentir mientras corres si todo encaja a tu alrededor y también por dentro. La música que llevo conmigo facilita que todo encaje, y me da ganas de correr y de bailar a la vez. [Quizá mi salud mental se esté debilitando últimamente, no es muy normal que en plena crisis me sienta tan contenta. Creo. No sé.]

A ratos me recuerdan un poco a Sabina, que imagino es una influencia para ellos. Es el caso, por ejemplo, de su canción Los domingos por la tarde (Estoy mintiendo de verdad, 2012). Es una de mis favoritas. Lo cierto es que no tengo ni idea de lo que significa la canción en su conjunto (sospecho que es una canción-frankenstein) y además dudo mucho de que todo lo que se dice en ella sea gramaticalmente correcto, pero qué carajo, es perfecta para mis piernas y mis pulmones. 

Eso sí, lo de acertar a equivocarse no deja lugar a dudas. Eso sí que lo entiendo como si lo hubiese escrito yo misma.


http://www.youtube.com/watch?v=SIGw19xVDUQ






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