Sentada en un banco de metal, esperando el tren, lo vi. Un moratón grande e impecablemente circular, debajo de la rodilla, un poco a la izquierda de la articulación. Lo primero es el asombro (¿qué hace esto aquí? ¿Cómo ha salido? No recuerdo haberme dado ningún golpe), y lo segundo es la prueba de Santo Tomás: apretarlo con la yema del dedo índice para tratar de extraer alguna información a través del dolor previsible.
Nuevo asombro: no hubo dolor. Taciturna, apreté con más fuerza y entonces sí, sentí un simulacro de dolor lejano, tenue, como llegado directamente de la infancia.
Yo tengo los ojos marrones y un moratón en la rodilla. Con uno nací, el otro me lo hice trepando por las estanterías del curro y sobre todo..viviendo.
ResponderEliminarTe entiendo muy bien, trepar por las estanterías libreras deja huella y vivir... Pues eso ya ni te cuento.
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