domingo, 2 de junio de 2013

Disciplina


What is the difference between discipline and obedience? Ésa es una de las preguntas que incluye el cuestionario que, dos veces por semana, realizo a militares de diverso rango en la escuela de guerra. Lo siento, pero me niego a ponerla en mayúscula. En fin, de todas las preguntas que aparecen en la lista, ésa es, con diferencia, mi favorita. La reservo siempre para el final por varias razones: en primer lugar, porque para entonces ellos ya tienen algo más de confianza conmigo y se sueltan más en su respuesta. En segundo lugar, porque es un placer observar la cara de estupefacción que se les queda y cómo hacen un enorme esfuerzo para defender las bondades de la obediencia.



Hombres hechos y derechos (sólo me han tocado hasta ahora dos mujeres), de gesto adusto e impecable uniforme de un verde oliva tristón tratan de convencerme de que obedecer es una gran virtud. Digo que tratan de convencerme porque sé que perciben en mis ojos la incredulidad que efectivamente siento. Yo no intervengo demasiado, asiento con la cabeza y les corrijo en sus errores gramaticales. Pero sobre todo me empapo de sus ideas acerca de lo que es para ellos eso de la obediencia y la disciplina. Curiosamente, se explayan mucho más al hablar sobre la obediencia, y eso que a mí lo que me importa realmente es la disciplina. 

¿Quizá porque la disciplina tiene un cierto matiz interno, personal? Me abstengo de buscar siquiera la definición de la RAE para clarificar el asunto, porque la RAE me merece un respeto reducido, por decir algo. En lo que casi todos están de acuerdo es en que ellos obedecen órdenes. Eso es obedecer. Alguien me manda hacer algo y yo lo hago. La disciplina parece tener que ver más con lo que yo sé que debo hacer sin que nadie me lo diga. Acabáramos. Esto parece tener un cierto regusto a ética personal. Qué interesante.

A mí nadie me obliga a acostarme temprano para levantarme temprano y salir temprano a correr mi modesto circuito. Podrían obligarme, si me uniera al ejército, por ejemplo, en cuyo caso obedecería la orden de madrugar y salir a correr. Pero no es el caso. Una se levanta tempranera, desayuna y al cabo de un rato se echa a la calle a ver qué tal va esa producción inagotable de polen que flota por San Martín como si hubiera una rave continua de plantas desfasando. Es una elección, sin duda. Y cuando aparecen los primeros signos de cansancio, elijo seguir corriendo. Es algo que comentaba este viernes con unas amigas. Una de ellas me preguntaba: Pero, Lola, si has salido de noche y te lo estás pasando bien, ¿vas a volverte a casa más temprano sólo porque tienes que salir a correr al día siguiente? 

Entiendo lo monástico de mi respuesta, que fue afirmativa.



Claro, me digo a mí misma que seguramente ahora me encuentro en un momento tranquiiiiiilo, de esos de reflexión y paaaaaz mental. Quizá, cuando se me pase, mande todo este estilo de vida relajado al carajo y me dedique a cerrar cantinas, como hiciera mi muy querida Chavela Vargas durante años. Pero mientras me dure la vena gimnásticohaciadentro seguiré explorando esto de la disciplina aeróbica, que tiene su aquel.

Otra cosa que pensé hoy mientras me duchaba: ¿Qué relación existe entre la disciplina y la concentración? Algo me dice que seguramente haya bastante. Desde que cerré mi cuenta de facebook, hace como mes y medio, he avanzado rápidamente en mi trabajo de fin de máster y de hecho lo he terminado antes de lo que tenía previsto. Por supuesto, yo era una de esas personas medianamente adictas a la página. No hasta el punto de enloquecer si no podía mirarla cada día, pero casi. Cerré la cuenta de facebook y uso menos whatsapp. No me siento desconectada de la gente, en realidad, porque he redescubierto los emails y son una maravilla, las cartas perfumadas del siglo XXI. El caso es que me concentro más en lo que hago y, qué sorpresa, las termino antes. 

¿Estoy concentrada mientras corro? Yo diría que sí, lo denominaría concentración dispersa. Ahora bien, ¿concentrada en qué?

De eso no tengo ni la menor idea.

Quizá deba seguir corriendo durante muchos años más para averiguarlo.

Mi querido Antonio Muñoz Molina hablaba hace poco, en su página web, acerca de lo extraño que aún le resulta vivir a caballo entre Madrid y Nueva York. Está en casa esté donde esté, pues ya son muchos años de alternar residencia un par de veces al año, pero sigue resultándole curioso esa media vida que deja en un país y esa otra media que recupera al llegar al otro. En todo caso, la escritura supone para él el reencuentro definitivo consigo mismo. Yo pienso en el año que viene, en que, si tengo mucha suerte, quizá consiga un trabajo fuera de España que me permita al fin independizarme. Como no sé ni si eso sucederá ni dónde podría acabar, me imagino por si acaso corriendo por las calles desiertas de un pueblo de Lousiana, por un parque belga de lo más frondoso, o por el paseo marítimo de una ciudad inglesa del sur. Ése será mi reencuentro cotidiano conmigo, esté donde esté.

Muñoz Molina siempre regresa a su ordenador portátil, a su disciplina de escritura, que es un placer para él, pero un placer no exento de técnica y disciplina, como ya ha comentado en muchas ocasiones en diversos foros.



Uno es lo que hace, y esté donde esté, habita en lo que hace.






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