martes, 11 de febrero de 2014

Apuntes de librería (V) Espejismos de la igualdad


La librería es un lugar estupendo para hacer trabajo de campo. Lo es no sólo por las interacciones que se producen dentro de la tienda, sino también, y quizá sobre todo, por lo que se vende al público. Del mismo modo que creo que en clase se imparten valores a la vez que contenidos curriculares, y esto es algo que implica una gran responsabilidad personal, como librera me entrego también a otras batallas que nunca cesan. 

Se trata de esos progenitores que te miran con carusa cuando les recomiendas un libro para su retoño. Es que es un niño... ¿Eso es para niños? Y viceversa. No, no, es un regalo para una niña, eso no me parece.

Siempre hay gloriosas excepciones, como esas niñas decididas que consiguen llevarse el cuento de piratas o de coches, o aquel niño de cuatro o cinco años que, justo el día de nochebuena, se salió con la suya y consiguió el bolsito de Violetta que tanto le gustaba. Lo triste fue escuchar a su madre aleccionarlo: Dile a papá que te lo ha regalado la prima, ¿vale?  Apenas levantaba un palmo del suelo y ya sabía que los objetos rosas le están prohibidos, más aún si son bolsos, y que para conseguirlos necesita disimular y mentir a su propio padre. 

He hecho mi trabajo de campo. O una parte, al menos. Retomo aquí el concepto de espejismo de la igualdad tomado de Amelia Valcárcel. Ella afirma, y yo comparto, que actualmente prevalece la idea de que ya está todo conseguido, que la igualdad real es un hecho, pasando por alto que sigue habiendo aún una brecha salarial bastante importante (de hasta un 16,2 % en la UE, según los últimos datos), que la representación de las mujeres en los medios de comunicación es en la actualidad un asunto cuanto menos preocupante y qué decir de la prevalencia de la violencia física y sexual... No se trata de victimizar a la mitad de la población, se trata de denunciar lo que está sucediendo y se trata también de explorar el mecanismo de la opresión a nivel estructural.

Hoy me ocuparé de algunos libros destinados a niños y niñas y a adolescentes (chicas). Me gustaría ocuparme otro día de diversas publicaciones destinadas al público adulto, asunto que se merece una entrada entera. He de decir que no es un estudio exhaustivo, se trata de algunas notas que he ido tomando a lo largo del tiempo; estoy segura de que si dedicase un día entero a explorar todo lo que hay en la librería necesitaría más tiempo y más espacio para ir desgranando los resultados. 

Vamos allá.



La infancia (o Cómo llegar a ser guerrero/ princesa)


1) Hay un libro de pegatinas llamado Deportes de riesgo (Usborne), en el que aparecen 107 personajes (sí, me he tomado la molestia de contarlos) que practican o son espectadores de diversos deportes de riesgo. He sabido por ejemplo que hay una cosa que se llama heliesquí, de manera que tiene su lado instructivo. Bien. De esos 107 personajes, sólo 4 son mujeres. Insisto, 4 de 107. Si mis cálculos no me fallan, la presencia femenina queda reflejada en un 3,7 %. Por cierto, de esas cuatro mujeres, una de ellas era una espectadora. Sólo tres mujeres aparecían practicando alguno de los deportes. Habrá quien piense que esto es simple casualidad, que no refleja en modo alguno un patrón de segregación en función de sexo. (No digo en función de género a propósito, pues género es un término analítico y no político, que es lo que me interesa en este caso). También hay quien piensa que la situación económica en España va viento en popa por el simple de hecho de que su(s) empresa(s) están obteniendo obscenos beneficios mientras el resto del país se ahoga, por lo que la percepción de cada quien se ve influenciada por sus intereses.

2) Violetta. El amor. Guía para chicas. (Heterosexuales, claro).
Según la reseña de la editorial, es un libro apto para mayores de 7 años. En él se explica a las chicas importantes lecciones para atraer la atención del chico que les gusta, para conseguir que él no pierda interés y también algún truquillo de belleza de esos infalibles. Se trata el inevitable asunto de la pelea entre amigas por el mismo chico, y cómo se puede hacer para detectar que ese jovenzuelo no es el novio ideal. Entre las señales negativas está que no te escuche con atención o que prefiera pasarse la tarde jugando a la videoconsola antes que estar contigo. Lo que más llamó mi atención es que no se menciona que la mínima actitud violenta o coercitiva es la gran bandera roja. Pero es que, claro, vivimos dentro del espejismo de la igualdad, entre los jóvenes ya no hay actitudes machistas, etcétera.

3) Los productos de Top Model.
Un clásico entre las niñas de 8 a 12 años. Se trata de unas plantillas con motivos de moda: vestidos, trajes, accesorios que ellas pueden copiar o recortar o pintar y después pegar sobre los maniquíes que incluye el cuaderno. 


Sin duda las muñecas de Top Model reflejan el cuerpo femenino
con agudo realismo. Me preocupa un poco que el cuello pueda
sostener semejante cabezón respecto del estilizado cuerpecillo, pero
por lo demás, todo normal.


Hay que añadir que las modelos de Top Model representan un importante volumen de las ventas en esta y en otras librerías. No en vano el abanico de productos no deja de crecer: brillos labiales, portaminas, coloretes y sombra de ojos, lápices de colores y más y más cuadernos con nuevos estilos de ropa, desde vestidos de novia hasta trajes de noche. Con esto quiero decir que no se trata simplemente de un producto más, anecdótico, sobre moda femenina. Negar la presión que cae sobre las niñas para estar siempre arregladitas y monísimas, desde prácticamente la escuela primaria, es estar mirando para otro lado. 




La adolescencia: a las chicas les encanta sufrir por amor (heterosexual, por supuesto)


1) Pero a tu lado, Amy Lab (2013). A partir de 14 años. Copio lo que puede leerse en la contraportada del libro:

Oliver, un solitario y atractivo chico, ha llegado a la vida de Alexia. Al principio parece duro y distante, pero poco a poco ella irá descubriendo su lado más tierno... aunque también su lado más salvaje, mientras intenta desvelar los secretos que esconde tras su esquiva mirada.
Y es que, a veces, el verdadero misterio, aquello que hace fascinante nuestras vidas, está más cerca de lo que pensamos...


El chaval parece ser duro, distante y salvaje. Una perita en dulce, está claro, sobre todo porque la chica es la encargada de hacer aflorar la ternura atormentada que realmente hay en él. Tendrá que aguantarle algunas cosas desagradables, pero ¿qué es el amor sino un ejercicio sanísimo de paciencia y abnegación? Es bueno que las novelas para adolescentes ofrezcan esta educación sentimental a las madres y esposas del futuro.

2) Mi primer beso, Beth Reekles (2014). A partir de 14 años. No puedo resistirme, dejo que una vez más la contraportada del libro haga todo el trabajo:

Te presentamos a Rochelle Evans: bonita, popular… y nunca la han besado. Te presentamos a Noah Flynn: chulo, inconstante… y un ligón total. Además es el hermano mayor del mejor amigo de Rochelle. Todo empieza con una caseta de feria durante una fiesta en el instituto: se anuncian besos a $2… Y lo que debiera ser un beso inocente se convierte en una tórrida chispa que prende en Rochelle y Noah. Pero ¿será ésta una romántica historia de amor o acabaran los dos con el corazón roto?

Chulo, inconstante... Ergo: Un ligón total. ¿Acaso a las chicas no les encanta que las traten con chulería varonil? Es cierto que las hermanas mayores de las lectoras a las que están destinadas estas novelas son ni más ni menos que aquellas que devoraron Crepúsculo en su día. No falta nunca un eslabón en la cadena del amor tormentoso.

3) El chico malo, Abbi Glines (2013). A partir de 16 años. La contraportada es escueta pero elocuente:


“Beau era el chico malo de la ciudad y yo la chica buena. Se suponía que no debía ocurrir.” 

Beau Vincent es maleducado y peligroso, el típico chico malo. Entonces, ¿por qué la buena de Ashton, que tiene en Sawyer al novio perfecto, no puede evitar sentirse irresistiblemente atraída por él?

Maleducado, peligroso, chico malo; otro que lo tiene todo para conseguir a la chica buena. Las chicas buenas son las mejores para civilizar a los atormentados, a esos jóvenes que piensan que sentir respeto por una mujer o tratarla como a un igual es un signo de debilidad y de falta de hombría.

Lo más insidioso del asunto es que estos libros están escritos por mujeres. No es sorprendente que sea así, en realidad. El patriarcado no podría sostenerse sin la colaboración inestimable de muchas mujeres que consienten y promueven la desigualdad entre los sexos. Sólo hay que pensar que cuando se debatió el derecho a la ciudadanía y al voto de las mujeres españolas durante la Segunda República, Clara Campoamor hubo de enfrentarse dialécticamente con otra mujer. Quienes se oponían a que consiguiéramos estos derechos básicos sabían que esto sería más efectista que colocar a un señor defendiendo los endebles argumentos que le tocó usar a Victoria Kent. ¿Por qué lo hacen? Cabe preguntarse. Creo que hay varias razones en este sentido. La que veo más plausible es la que tiene que ver con el deber de agrado que pende sobre nuestras cabezas. ¿Qué hombre en su sano juicio querría a su lado a una mujer que, desde que se levanta hasta que se acuesta, se queja continuamente de las injusticias que se cometen contra ella por el hecho de ser mujer? Independientemente de que esas injusticias sean múltiples y reales, ¿cómo puede ella esperar que él aguante una vindicación constante que atenta directamente contra los privilegios de que disfruta tranquilamente, sólo por el hecho de haber nacido hombre?

En una conferencia reciente en la que hablaba sobre la reedición de su libro Sexo y filosofía, (1991), Amelia Valcárcel comentaba con gran sentido del humor que los hombres de izquierda comprometidos contra el capitalismo podían decir, llenos de rabia tras una injusticia del patrón: Cuando me encuentre con esos capitalistas... ¡Se van a enterar! Pero ¿qué hace una mujer feminista? No puedo con el patriarcado, cuando me encuentre con alguien que lo represente, ¡se va a enterar!

Las risas llenaron el auditorio, porque  es obvio que las actitudes sexistas y misóginas nos rodean en casa, en la calle, en el trabajo, en nuestro centro de estudios, en los medios de comunicación. Nadie espera que protestemos por cada injusticia que se produce. Ahí radica precisamente la aparente legitimidad de dichos comportamientos.

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