El camino a Madrid lo hice maravillándome ante la cantidad de nidos raquíticos que me salían al paso, tanto al atravesar los páramos como al llegar a la ciudad. Y todos vacíos. No es difícil imaginar a esos pajarillos dedicados durante el día a sus labores y volviendo a casa por la noche, cuando yo ya no podré divisarlos allá arriba, contándose cómo les fue la jornada con aire fatigado. Mira tú, esta mañana te dejaste la ventana abierta y ahora nos congelamos. Anda, deja de quejarte y acércate un poco.
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