martes, 4 de febrero de 2014

Tu noche y la mía


Aquella noche yo iba sentada junto a la ventanilla del lado izquierdo. Tenía nueve o diez años. Nos acababan de dar las vacaciones y como siempre nos dirigíamos a Sevilla, a la Puebla del Río. Por algún error fatal de planificación me había quedado sin pilas en el walkman, así que decidí probar suerte con los canales de radio que ofrecía el autobús. 

Las emisoras perdían la señal en cada curva y además los programas no me gustaban. Entonces descubrí que el último canal se escuchaba a la perfección, las canciones se sucedían limpiamente, sin locutor alguno que interrumpiera y sin anuncios. Ah, es que no era la radio: se trataba de la cinta de cassette que el conductor del autobús debía de estar escuchando por ahí delante.

Y allí me quedé conectada, espiando con impunidad las canciones de aquel hombre. De entre todas sólo una me llamó la atención. No había manera de averiguar el título ni el grupo que la interpretaba. No podía tampoco escuchar la canción aquella en modo repeat hasta hartarme. Tenía que esperar pacientemente a que le llegara su turno. Cada vez me parecía más bonita. 

Sonó de nuevo para mi alegría cuando atravesábamos el paso de Despeñaperros (por entonces aún no lo habían modernizado), que era sin duda mi parte favorita del trayecto. Algo entreveía yo de la carretera y sus abismos escarpados, de las rocas como de otro planeta a pesar de que fuera estaba muy oscuro. La melancolía adulta del acordeón se sentó allí al lado y me acompañó durante el resto del viaje.

Tu noche y la mía, Revólver (1993)


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