jueves, 19 de diciembre de 2013

Apuntes de librería


 Rebuscan entre los libros con la mirada perdida, van de uno a otro a toda velocidad, sin fijar la vista en ninguno y casi sin pestañear. Sospecho que los colores de la portada ejercen cierta influencia sobre su atención. Como niños, lo revuelven todo y luego se marchan como una exhalación tras mirar el teléfono móvil durante unos segundos, o hacen cola en la caja abrazando contra el pecho su nueva adquisición.

Una librería no es una biblioteca, desde luego, aunque ciertas librerías son tan acogedoras que le hacen sentir a una como en casa. Esto se consigue tanto por la comodidad de los sillones como por la selección de títulos, aunque también es necesario algo más, un respeto tangible por el oficio, por los libros mismos, que no se venden al peso como piezas de carne. Hay librerías así (pocas) y hay librerías normales (la mayoría).

En la que yo trabajo, todo se precipita con la misma velocidad con que los clientes pasan de un libro a otro. Algunas tardes la tienda se llena de gente y hay mucho ruido, que no es tanto ruido externo como ruido mental interno de mucha gente reunida en un espacio pequeño.

Con los años he aprendido a despegarme de mí en esos momentos, y así puedo observar a la masa desde fuera. Creo que los sociólogos deberían hacer sus prácticas en una tienda llena de gente desconectada entre sí. De verdad que da para mucho.

Ayer vino a la librería uno de mis alumnos del ministerio y ambos nos quedamos noqueados por la sorpresa. Fue rarísimo vernos fuera del contexto del aula.

- Pero profe... No sabía que también trabajabas aquí.

- No trabajo aquí, -bromeé casi en serio- esto es formación continua para el profesorado.

Y nos reímos un rato del uniforme viejuno que me obligan a llevar por navidad.

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